Entrevista | Richard Powers Escritor
Richard Powers: «Quiero cuestionar la idea del excepcionalismo humano»
El 6 de marzo sale a la venta la nueva novela del reconocido y premiado autor estadounidense, Patio de recreo (AdN)

Richard Powers ha sido merecedor del National Book Award o el premio Pulitzer, entre otros reconocimientos. / MEDITERRÁNEO
Tras el éxito de El clamor de los bosques y Desconcierto, Richard Powers regresa con Patio de recreo (AdN), una novela cerebral y polifacética que combina thriller tecnológico, alegoría postcolonial y reflexión ecológica. Ambientada entre Estados Unidos y la Polinesia Francesa, la obra explora el impacto del colonialismo, la inteligencia artificial y la fragilidad de los océanos a través de una historia de amistad y traición. Powers deslumbra con su prosa electrizante, transportando al lector a un mundo submarino descrito con tal detalle que se siente como una película en IMAX. Su estilo reivindica la inteligencia y la complejidad de la vida oceánica, desafiando la noción de superioridad humana. A su vez, la novela plantea preguntas inquietantes sobre el futuro de la inteligencia artificial: ¿Podría la IA perpetuar el colonialismo bajo nuevas formas? ¿Es capaz de manipular sociedades enteras? ¿Hasta qué punto puede reconstruir recuerdos o incluso revivir a los muertos?
Si bien Powers es un maestro del género ecológico, Patio de recreo va más allá. No es solo un manifiesto ambientalista, sino una exploración brillante de la memoria, la tecnología y el choque entre el capital y la naturaleza. Y, en su tramo final, el autor realiza un giro magistral que deja al lector boquiabierto.
Charlar con él es, sin duda, una experiencia extraordinaria que ha sido posible gracias a la editorial AdN y, sobre todo, a Marta Armengol Royo, quien tradujo simultáneamente nuestra conversa.

El 6 de marzo se publica la última novela del escritor estadounidense. / Dean D. Dixon
Patio de recreo reivindica la inteligencia y la complejidad de la vida oceánica, desafiando la noción de superioridad humana.
Creo que señalas un aspecto central de lo que ha sido el proceso de crear esta historia, y que es algo que llevo explorando en mis tres últimos libros: cuestionar esta idea del excepcionalismo humano. Esa noción de que hay algo que nos separa del resto de la creación, como si fuéramos las únicas criaturas interesantes o inteligentes que existen, o como si nuestra existencia se debiera únicamente a nuestro propio ingenio, y ninguna otra criatura pudiera tener inteligencia o autonomía. Creo que esta es una idea errónea, y además se ha convertido en algo muy destructivo para el mundo. Ha conllevado, por ejemplo, a que hayamos propiciado la extinción de muchas especies.
En mis últimas novelas —El clamor de los bosques, Desconcierto y ahora Patio de recreo— he cuestionado este concepto y, al mismo tiempo, he hablado de una historia de interdependencia que nos liga al resto del mundo. Y quiero cuestionar también esa prohibición que ha venido desde la ciencia y la cultura popular, que nos impide antropomorfizar lo que vemos a nuestro alrededor. Nos prohíbe proyectarnos en otros seres, y eso ha acabado siendo algo destructivo. Cada vez que vemos animales con comportamientos que se asemejan a los humanos, no lo identificamos como tal. Cuando vemos animales que juegan, se comunican o muestran inteligencia, no lo reconocemos como lo que es.
«Este libro busca una forma diferente de estar en el mundo, un intento de encontrar una fuente de significado distinta a la que nos da la cultura de consumo y capitalista en la que estamos inmersos»
¿Qué descubrimientos sobre el mundo marino te sorprendieron más durante la investigación para la novela?
Una de las cosas más maravillosas de investigar para este libro fue encontrarme con las observaciones de submarinistas y científicos marinos que hablaban de un montón de criaturas muy inteligentes que viven en el agua. Están, por ejemplo, esos pececillos que trabajan en las estaciones de limpieza. Es extraordinario ver lo sociales que son, lo sociales que tienen la mente, la orientación social que tiene su cerebro, o también la inteligencia de las mantas raya, que superan el test del espejo; reconocen su propia imagen en el espejo, y eso es algo que hay muchas especies de primates que no son capaces de hacer. Asimismo, las mantas raya muestran también mucha curiosidad por los humanos, juegan con objetos nuevos que aparecen en su entorno. A mí, realmente, es algo que no deja de sorprenderme. Leí también acerca de la actitud de juego que muestran muchos invertebrados. Hay pulpos y sepias que son capaces de jugar de forma independiente.
Así, lo que pretendo con este libro es transmitir ese asombro e interés que me ha despertado esta inteligencia no humana, esa fascinación como una especie de consuelo terapéutico, algo que nos dice que no estamos solos en el mundo. Porque, en mi opinión, gran parte de la destrucción que hemos infligido al planeta proviene de la idea de que éramos únicos y no había nadie más como nosotros. Pero no es cierto: hay muchos seres, muy inteligentes, con una inteligencia muy distinta y a la vez, en ciertos aspectos, muy parecida a la nuestra.
Hace poco entrevisté al escritor español Iván Repila. Él decía que la verdadera distopía a la que podemos aspirar es la que no es antropocéntrica, es decir, la que tiene en cuenta a los seres humanos y a los no humanos también. En Patio de recreo se transmite esa idea de que todos somos uno.
Sí. De hecho, muchas veces, cuando he viajado para hacer la promoción de este libro, me han preguntado si hay esperanza. Y yo siempre me detengo para preguntar: ¿esperanza para quién o para qué? Porque, en realidad, lo que esa pregunta expresa es el deseo de que la existencia humana tal y como la conocemos continúe. Pero creo que la pregunta no es esa. La pregunta es si seremos capaces de transformar nuestra conciencia para darnos cuenta de que la esperanza tiene que hacerse extensiva al resto del planeta, a toda la vida que existe en él.
Al fin y al cabo, los humanos llevamos apenas un par de millones de años sobre la faz de la Tierra, pero la vida tiene más de 4.000 millones de años de historia. No somos más que una especie entre decenas de miles. Somos una pequeñísima parte de una historia mucho más grande. Llegamos prácticamente en el último segundo de lo que ya había sido un día larguísimo. Así que es muy importante darnos cuenta de que existe una red interdependiente de vida y que, a la hora de escribir el relato de nuestra existencia, no podemos aislar nuestro destino del destino del resto.
¿Crees que la ficción científica o especulativa puede ayudarnos a ampliar ese «nosotros»?
Tanto las historias utópicas como las distópicas suelen plantearse en términos exclusivamente humanos, y eso es un error. Si damos un paso atrás, veremos que esa desesperación por la continuidad de nuestra existencia desaparece. Porque cuando preguntamos: ¿vamos a sobrevivir?, la clave está en quién forma parte de ese «nosotros».
A nivel de especie, la existencia humana es bastante precaria. Pero los árboles llevan cientos de millones de años aquí y han sobrevivido a varias extinciones masivas. Y si hablamos de peces e invertebrados, nos llevan aún más ventaja. Han sobrevivido a cataclismos que nosotros apenas podemos imaginar.
La ficción ofrece un consuelo extraño: convencernos de que nuestra historia se perpetuará si la hacemos extensiva al resto de la vida. Hay personas a las que esto no les sirve de consuelo. Pero yo lo veo como una forma de madurez. Al fin y al cabo, como individuos, todos vivimos con la conciencia de nuestra propia mortalidad. Sabemos que vamos a morir relativamente pronto, y sin embargo, eso no nos impide tener una vida plena y llena de sentido.
Aparecen en la novela conceptos o ideas como el transhumanismo, a través de Nikolái Fiódorov, o la inteligencia artificial como una forma de continuidad, como ese futuro «ser humano», una forma de buscar, por una parte, ir un poco más allá, pensando en esa posible inmortalidad, ya sea a través de la filosofía o mediante la tecnología.
La cuestión de que esas tecnologías nos traen un consuelo es algo que las propias tecnologías quieren que creamos o están insistiendo muchísimo en que creamos, y yo me pregunto hasta qué punto esto es efectivo y es real. De hecho, cuando el personaje de Rafi Young se encuentra con la obra de Fiódorov, él se toma todo este concepto de devolver los muertos a la vida como una idea un poco literaria, como una metáfora espiritual. Al final, es precisamente lo que hacen el arte, la escritura, la poesía.
Sin embargo, cuando le cuenta la idea a su amigo Todd, que tiene una mente mucho más formal, mucho más matemática, Todd se la toma de forma muy literal. Él tiene la intuición de que, en realidad, la tecnología ya está haciendo lo que plantea Fiódorov y se obsesiona con esta idea de una tecnología que sirva para revivir a los muertos, para conservar en cierto modo a la gente que ya no está o para garantizar nuestra propia inmortalidad.
«El capitalismo lleva mucho tiempo diciéndonos que tiene el control, que puede dominarlo todo, que no tiene que dar cuentas de nada. Y, sin embargo, la realidad nos dice que eso no es verdad.»
Es interesante cómo en la novela la tecnología no es solo herramienta, sino un reflejo de nuestros miedos más profundos.
Al final, para los humanos, la tecnología nos ha servido para controlar el tiempo y el espacio, incluso nuestros propios límites. Y ese deseo innato de inmortalidad apoya este sueño. Hoy en día, la tecnología está desestabilizando nuestra visión de nuestros propios límites y de nuestro potencial.
¿Crees que siempre ha sido así, que cada nueva tecnología provoca este vértigo existencial?
Totalmente. Precisamente, Sócrates tuvo muchos problemas con la tecnología que surgía en su momento, la escritura. Consideraba que era un error, que acabaría con la memoria humana y haría que la gente se interesara más por lo que tenían que decir los muertos que por lo que decía la persona que tenían delante. Y tenía razón. La escritura nos sirvió para destruir los límites de la temporalidad. Y si lo tomamos desde el marco temporal de la evolución, se inventa la escritura y, en términos evolutivos, al día siguiente surge la inteligencia artificial; es una consecuencia natural.
Sí que es verdad que la inteligencia artificial supone una criatura, un ente, que no es mortal como lo somos nosotros, y creo que eso es algo muy, muy loco. Lo que pasa es que las máquinas magnifican la visión de nuestros propios límites y ponen en tela de juicio cuál es realmente el alcance de la vida humana.
¿Esa es la función que querías darle en la novela?
Sí, lo que yo quería era colocar estas ideas, no para demonizarlas, sino para ponerlas lado a lado con otros relatos que nos contamos. Porque al final, estamos en 2025, y esa idea ha cristalizado en una tecnología real que está causando estragos catastróficos en las economías humanas. Y la realidad es que creo que no estamos preparados para esa tecnología, ni para el cuestionamiento que plantea, por viables que sean las ideas filosóficas que lo sustentan.
Otra cosa que quisiera añadir es que esta novela, en el fondo, es una tragedia sobre alguien que quiere utilizar la tecnología para resolver problemas que, a lo mejor, hubiera podido resolver siendo un mejor humano. Todd se pasa toda la trayectoria de su vida motivado por la pérdida de su amigo Rafi, cuando probablemente una solución mejor hubiera sido simplemente querer a su amigo, ser mejor amigo para Rafi.
En ese sentido, muestro este microcosmos en el que usamos la tecnología para conectar, para enmendar errores, cuando en realidad esos mismos problemas quizá podrían resolverse si estuviéramos más presentes, si prestáramos más atención a la realidad y a quienes nos rodean.
«Emplazo a los narradores del mundo a trazar una nueva relación con el mundo que nos rodea por medio del relato»
Sí que es cierto que la novela relata una amistad, la de Todd Keane y Rafi Young, y cómo ésta se resquebraja por una traición de la confianza.
Pues sí, aunque decir que es simplemente una historia sobre la amistad creo que se queda corto. La amistad, al final, es una forma de intentar identificar ese parentesco del que hablábamos antes, esa familia extendida. En realidad, la amistad consiste en aprender a reconocer esa interdependencia en otros seres vivos. Y creo que la amistad, el parentesco, la interdependencia… no tienen nada de pequeño. Son lo más importante de lo que se puede hablar. Hay una cita que me gusta mucho de Thich Nhat Hanh, un monje budista vietnamita, que dice: «Estamos aquí para despertar de la ilusión de que estamos separados.»
En base a la relación y la exploración de esa amistad entre Todd y Rafi, ¿dirías que refleja también una tensión más amplia entre la colaboración y la lucha por el control en nuestra sociedad, cada uno desde su punto de vista, uno más desde las Humanidades, la literatura y la poesía, y el otro desde la tecnología?
En cierto modo, sí. Diría que el binarismo o la dualidad de esta amistad es también un intento de explorar mi propia naturaleza dividida o fragmentada. Durante gran parte de mi vida, en mi juventud, yo estaba convencido de que sería científico. En la universidad estudié Física y Matemáticas, y al terminar empecé a trabajar como programador. Igual que Todd, estaba enamorado de la idea de crear algo que me sobreviviera, algo que perviviera más allá de mi vida.
Pero luego descubrí que también seguía el camino de Rafi, que usa la poesía y la escritura como forma de lidiar con su historia familiar disfuncional y de encontrar su lugar en un mundo lleno de conflictos raciales.
Entonces, tanto la perspectiva de Todd como la de Rafi están en mí. Son dos caras de mi propia personalidad. Y quizá al explorar esa relación de amor-odio entre ellos, lo que intento es reconciliar esas dos partes de mí mismo.

'Patio de recreo'
Autor: Richard Powers
Traducción: Teresa Lanero Ladrón de Guevara
Editorial: AdN
480 páginas; 22,95 euros
A la venta el 6 de marzo
En todo ello juega un papel clave la observación, en este caso de la naturaleza, y más concretamente del mar, de los océanos, a través del personaje de Evelyne Beaulieu
Este libro busca una forma diferente de estar en el mundo, un intento de encontrar una fuente de significado distinta a la que nos da la cultura de consumo y capitalista en la que estamos inmersos. Al final, lo que esta historia quiere decir es que el presente en el que vivimos es un milagro. Basta con mirar a nuestro alrededor para darnos cuenta de ello. Sin embargo, la cultura actual nos dice que el sentido es algo privado, algo que cada quien debe encontrar por sí mismo, y que se obtiene mediante posesiones, acumulando cosas. Según esta lógica, si uno tiene lo suficiente, puede hallar ese significado e incluso escapar de su mortalidad.
Pero lo que creo, y lo que también plantea la novela, es que el significado no es algo privado. Es un proyecto colectivo que alcanzaremos a través de la observación, la atención, y la presencia plena en el mundo que nos rodea. Y a pesar de todo, vivimos en un mundo occidental inmerso en una crisis: la crisis del presente. Esta crisis es consecuencia del apetito humano, de nuestra necesidad insaciable de consumir más y más. Nos dicen que eso nos dará sentido, pero nunca llega un momento en el que estemos satisfechos. Un buen ejemplo de esto es lo que dijo el magnate John D. Rockefeller cuando le preguntaron: «¿Cuánto es suficiente?». Su respuesta siempre era: «Un poquito más». Creo que esa respuesta refleja bien la crisis que vivimos hoy, ¿no? Por más que acumulemos, nunca estamos satisfechos.
No sé hasta qué punto podemos liberarnos de ese yugo que nosotros mismos hemos creado, sobre todo basándonos en el sistema capitalista. Hay una frase en la novela que dice: «El agua no es de nadie, no tiene dueño». Al leerla, me pregunto si en un mundo como el actual, donde todo parece tener un valor de mercado, ¿crees que aún podemos rescatar espacios que no estén sometidos a la lógica de la posesión y la explotación?
Mira, voy a ser tan sincero como pueda, porque yo la verdad es que soy de un optimismo absurdo, y en mis libros me gusta hablar de la posibilidad de redención y de esperanza. Sin embargo, creo que es cada vez más difícil ser así de una forma honesta, sin perder esa honestidad. De hecho hay una cita que me gusta mucho de Fredric Jameson que dice que «es más fácil pensar en el fin del mundo que en el fin del capitalismo». Creo que es verdad, y eso que le dice a Rafi su padre, a orillas del lago Michigan, en Chicago, sobre que el agua no tiene dueño, luego se le da la vuelta de una forma irónica cuando Todd y su consorcio pretenden adueñarse incluso del agua y tratan de inventar nuevos estados para convertir esas tierras de nadie en centros capitalistas productivos.
Sin embargo, a veces me gusta ceder al impulso optimista que llevo dentro, y si me fijo en las revoluciones sociales que nos han hecho avanzar como especie —los derechos civiles, la abolición de la esclavitud, la igualdad de género, la extensión de la universalización del derecho a voto…—, me doy cuenta de que la transformación de la conciencia empieza a partir de un grupo muy pequeño de personas, empieza con alguien que dice que no, o con alguien que empieza a asociarse con gente que tiene la misma mentalidad.
¿Existe, pues, una revolución posible?
Creo que hay algo esperanzador en el hecho de darnos cuenta de que el umbral para hacer la revolución en realidad es muy bajo, o más bajo de lo que creemos. No hace falta que el 100% de la gente esté de acuerdo en hacer algo, sino que a menudo basta con que unos pocos empiecen para que la mayoría perciba ese cambio y acabe decantándose por ese lado. Entonces, en ese sentido, creo que la pregunta que me haces quizá sea irrelevante en el sentido de que no hace falta responderla para poder vivir con sentido. Si me preguntas: «¿Conseguiremos alguna vez arrollar al capitalismo?». Creo que a eso hay que responder con la pregunta real, que es: «¿Qué es lo que es verdad, qué es lo que hace falta? ¿Cómo es una vida llena de sentido?». Si logramos responder, a título individual, a esa pregunta, ya habremos dado ese paso de recuperación, de redención. Y si logramos contagiarla a nuestro alrededor, nos daremos cuenta de que ya estamos subiéndonos a ese umbral que ya ha propiciado otros cambios sociales en nuestra historia.
Del mismo modo, pienso que la realidad está de nuestro lado.
¿Qué quieres decir con ello?
El capitalismo lleva mucho tiempo diciéndonos que tiene el control, que puede dominarlo todo, que no tiene que dar cuentas de nada. Y, sin embargo, la realidad nos dice que eso no es verdad. Creo que cada vez más personas nos estamos dando cuenta de esto, de que el capitalismo nos ha vendido una forma de estar en el mundo que ni es real ni es sostenible. En ese sentido, creo que no tenemos que preocuparnos por derrocar el capitalismo, sino que el capitalismo se va a hundir solo.
Para finalizar, ligando todo lo que acabas de reflexionar ahora, y después de haber escrito sobre los bosques, la inteligencia artificial y los océanos, ¿sigues viendo la literatura como una forma de resistencia ante el mundo que estamos creando?
Hay una cita de El clamor de los bosques que dice que «ni los mejores argumentos del mundo harán que alguien cambie de opinión como lo hará una buena historia». Es cierto. Realmente, no hay nada como la invitación a identificarnos que nos ofrece un relato, eso es algo que no existe en ninguna gráfica, ni en ningún Excel. En ese sentido, yo emplazo a los narradores del mundo a, por medio del relato, trazar una nueva relación con el mundo que nos rodea.
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