Nuestro libro de la semana
Adan Kovacsics y... ¿el ocaso de la palabra?
El célebre traductor del húngaro y del alemán, es el autor de El destino de la palabra (Ediciones del Subsuelo), una denuncia sobre cómo el capitalismo nos está robando el lenguaje

Adan Kovacsics es traductor del alemán y del húngaro, así como un autor de referencia. / MEDITERRÁNEO
Hay libros que son grietas. Fracturas en el muro pulido de la costumbre, en ese hormigón invisible que llamamos realidad y que nos encierra en una percepción anestesiada de lo que somos y lo que nos rodea. El destino de la palabra (Ediciones del Subsuelo), de Adan Kovacsics, es uno de esos libros: un resquicio por el que se filtra la luz de lo que hemos perdido, de lo que quizá ya ni siquiera somos capaces de reconocer como pérdida.
Kovacsics, extraordinario traductor y autor elegante, propone en esta pequeña gran obra —o más bien constata— que vivimos en el tiempo de la disolución. Y es una disolución silenciosa, como el polvo que se acumula en los objetos. La palabra, ese vínculo sagrado entre lo visible y lo invisible, entre lo presente y lo ausente, ha sido despojada de su misterio. Convertida en residuo, en un trasto inútil o, peor aún, en mercancía que solo existe en tanto que es consumida. Lo que en tiempos era revelación, después fue verdad, más tarde hipótesis y hoy —ay— apenas un ruido de fondo que llamamos postverdad.
Tres apartados
La estructura tripartita de la obra es reveladora. En la primera parte, Kovacsics afila el pensamiento elaborando aforismos que son a la vez relámpagos y cicatrices. Cada uno destila la conciencia de que el lenguaje, en su desgaste, refleja el desgaste de lo humano. Cuando decimos que algo es un concepto inútil, nos condenamos a vivir sin su reflejo, sin su aliento. Si el alma es inútil, lo es también el árbol, y lo serán la memoria, el deseo y la propia capacidad de imaginar lo que no está. La palabra, ese hilo invisible entre el ser y el no ser, pierde su tensión sagrada. Se pudre en las manos de quienes creen que nombrar es poseer, sin entender que nombrar es rozar lo invisible.
La segunda parte nos sumerge en la cacofonía. Es el reino de la cantidad y de la información, donde la palabra es sustituida por el dato y la sucesión infinita de opiniones que se fagocitan entre sí. Aquí, Kovacsics hace un ejercicio casi arqueológico, recopilando fragmentos de un lenguaje que ha perdido su anclaje en el ser y flota a la deriva, condenado a la obsolescencia programada. Cada frase, cada eslogan, cada noticia es un ladrillo más en el muro que nos separa de la palabra verdadera. La información, dice, es poder. Pero su fruto es la impotencia. En esta era de saturación, nos hemos vuelto incapaces de escuchar el silencio del que nace la palabra auténtica.

'El destino de la palabra'
Autor: Adan Kovacsics
Editorial: Ediciones del Subsuelo
95 páginas; 13 euros
En la tercera parte, Kovacsics abandona el aforismo y el fragmento para entregarse al relato. Un relato que ya no puede ser inocente, porque arrastra consigo el fango de este tiempo en que lo humano es solo un eco debilitado. Cuando la palabra muere, muere también nuestra posibilidad de entendernos, de vincularnos. Nos quedamos a solas con el ruido y la mercancía.
Una llamada
Leer El destino de la palabra es dejarse atravesar por una sensación incómoda: la de ser testigos de una extinción en curso. Como si asistiéramos al último vuelo de un pájaro que no volveremos a ver. Pero también es un llamado —no desesperado, pero sí urgente— a recordar que entre nosotros y el abismo hay algo más que información. Hay palabras como islas o refugios. Palabras que, aún hoy, en este tiempo crepuscular, nos recuerdan que cuidar el lenguaje es cuidar la naturaleza.
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