Andrés Gallego: el fotógrafo de Castellón que susurra al silencio de Hammershøi
El artista forma parte de la gran exposición retrospectiva que le dedican en Italia al célebre pintor danés.
Una sala exclusiva del Palazzo Roverella exhibe la serie de imágenes de Gallego que se inspiran en el artista

Andrés Gallego rinde un particular tributo y establece un diálogo con el danés Hammershøi a través de este proyecto. / Andrés Gallego
Vilhelm Hammershøi (Copenhague, 1864-1916) es el pintor del silencio. Así lo bautizaron, y así lo entendemos hoy, más de un siglo después de que su pincel dejara de deslizarse sobre el lienzo. Pero su silencio no es el vacío, no es la ausencia. Es un silencio habitado, lleno de ecos que reverberan en habitaciones desnudas, en rincones donde la luz se derrama con pudor, en figuras femeninas de espaldas que parecen sostener el peso de un secreto. En Hammershøi hay un tiempo suspendido, una pausa prolongada en la que la vida respira con sigilo, como quien teme interrumpir un pensamiento.
Ese universo de penumbra y claridad tamizada, de introspección casi fantasmal, es el que ahora dialoga con el trabajo de Andrés Gallego, fotógrafo residente en Castelló, que ha encontrado en el maestro danés no solo un referente estético, sino un interlocutor de ideas y emociones. Su proyecto, ahora exhibido en una sala exclusiva dentro de la gran retrospectiva Hammershøi e i pittori del silenzio, en el Palazzo Roverella de Rovigo, no es un homenaje al uso, sino una conversación atemporal entre dos artistas separados por siglos, pero unidos por la misma obsesión: la búsqueda de la esencia, el despojo de lo accesorio y la construcción de espacios donde el alma pueda, al fin, revelarse.
Gallego, que concibe sus fotografías como escenarios pictóricos, no es un simple observador. Es un demiurgo silencioso que lo construye todo –paredes, muebles, objetos– para después habitar esos espacios con la misma fragilidad y misterio que respiran los cuadros de Hammershøi. Aquí no hay retoques digitales ni artificios tecnológicos. Todo lo que el espectador contempla es real, tangible, un teatro de lo invisible donde cada gesto, cada sombra y cada pliegue de luz son cuidadosamente coreografiados.

Algunas de las fotografías de Andrés Gallego que forman parte de su proyecto inspirado en el artista danés Vilhelm Hammershøi. / Andrés Gallego
Mostrar el 'yo' auténtico
«En cada fotografía, busco reflejar la dualidad del ‘yo’ según Sartre: el ‘yo’ que mostramos a los demás y nuestro ‘yo’ auténtico», explica Gallego, y añade: «Utilizando los principios estéticos de la pintura, planifico cada escena para capturar esta tensión y explorar la complejidad de la identidad humana». Y es precisamente en esa tensión, entre lo visible y lo oculto, donde su trabajo encuentra el eco perfecto en el universo de Hammershøi, ese universo donde las mujeres de espaldas, los pasillos vacíos y las puertas entreabiertas son metáforas de un mundo interior que apenas se deja entrever.

‘Interior’, obra datada en 1899, de Vilhelm Hammershøi, que puede verse en la National Gallery de Londres. / Vilhelm Hammershøi
La exposición del Palazzo Roverella, la primera dedicada en Italia a Hammershøi, no es solo un repaso de su obra –más de 100 piezas que recorren su particular visión del silencio–, sino un diálogo entre épocas y geografías. Entre los artistas nórdicos y los italianos que, como él, entendieron que la verdadera materia del arte no es la superficie de las cosas, sino aquello que subyace detrás: el aliento invisible que las habita. En ese contexto, la sala dedicada a Gallego funciona como un contrapunto contemporáneo, un eco que viaja desde Castelló hasta Copenhague y regresa cargado de preguntas y silencios nuevos.
Un juego de espejos
Para Gallego, el debate que enfrentó a pintura y fotografía en el siglo XIX –cuando Paul Delaroche sentenció que «la pintura ha muerto» tras presenciar una demostración fotográfica– sigue siendo pertinente, pero no como confrontación, sino como diálogo. «En lugar de ver ambos lenguajes como una amenaza mutua, se puede explorar cómo la fotografía puede ser reinterpretada y recontextualizada a través del lenguaje visual y los principios estéticos de la pintura», sostiene. Esta idea, lejos de ser un mero posicionamiento teórico, impregna cada imagen de su serie: fotografías que son pinturas que son fotografías. Un juego de espejos donde las fronteras se desdibujan y lo que queda es el gesto primigenio de observar el mundo con la misma mezcla de asombro y pudor con la que Hammershøi pintaba sus habitaciones vacías. Hasta el 29 de junio.
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