Polémica por 'El odio'
Caso Bretón: el debate sobre los límites del 'true crime' también atropelló a Carrère
Un documental recupera la controversia que hace 30 años se despertó en Francia con la publicación de 'El adversario', el caso del asesino mitómano Jean-Claude Romand

El escritor francés Emmanuel Carrère. / EFE
Elena Hevia
En los últimos tiempos nos hemos visto embarcados en un debate quizá sin solución frente al ‘true crime’, en el que colisionan la libertad de expresión y la exigencia de la víctima a que su historia no sea utilizada con fines literarios, porque eso conlleva aumentar su dolor. La libertad y el cuidado frente al otro. Ha sucedido con ‘El odio’, la novela inédita con la que Luisgé Martín quiso hacer una indagación psicológica del asesino José Bretón. Sin un desenlace claro todavía, la andadura del libro continúa desde el limbo en que se encuentra actualmente, ni muerto ni vivo como el gato de Schrödinger, después de que Martín haya manifestado su intención de publicarlo tras la negativa de su editorial de siempre, Anagrama, a hacerlo.
La novela de Martín tiene antecedentes y muy brillantes, novelas que también arrastraron sus buenas dosis de polémicas. Él mismo dice que tomó como guía espiritual ‘A sangre fría’, de Truman Capote, kilómetro cero del género 'thriller' basado en la reconstrucción de un asesinato real, pero también y sobre todo, la más próxima en el tiempo, ‘El adversario’ de Emmanuel Carrère, publicada en el 2000 y convertida ya en un clásico contemporáneo. Ahora un documental, que puede verse en Filmin, ‘El escritor y el asesino’ de Camille Juza, muestra cómo aquella novela de no ficción fue recibida en su momento en el país vecino con muchas disensiones valorativas en lo que respecta a la ética y aunque el caso fue muy distinto respecto del de Bretón, la controversia que suscitó tiene bastantes puntos en común con este.

Jean Claude Romand, el francés que asesinó a su esposa, sus hijos y sus padres. / PHILIPPE DESMAZES / AFP
Una vida ficticia
Es sabido que en 1993 Carrère quedó afectado por una noticia que leyó en el diario ‘Liberation’ de que un tal Jean-Claude Romand asesinó a sus padres, su esposa, sus dos hijos. Entonces no se sabía, pero Romand había mentido durante 18 años haciendo creer a todos que había acabado la carrera de Medicina, había logrado una plaza en la OMS en Ginebra y era una persona provechosa y estable. Cada mañana salía a trabajar pero no llegaba a su imaginario puesto sino que se paseaba por los bosques del Jura. Cuando se descubrió el engaño, Romand, que había construido toda una vida ficticia para sus familiares y para sus amigos, todos ellos personas inteligentes y sagaces, no fue capaz de enfrentarse a la verdad y asesinó a los que le querían y confiaban en él, incluido el perro.
El escritor inmediatamente vio un tema ahí, un tema que necesariamente le apeló profundamente como escritor, no tanto por el crimen en sí, porque no se trataba, como sí fue el caso de Jose Bretón, de un crimen común –“horrible pero frecuente”- sino por la complejidad psicológica de un hombre que supo fingir durante todas las horas del día, veinticuatro sobre veinticuatro, una vida que en realidad no era la suya. A Carrère no le interesó el entorno del criminal sino más bien indagar en su mente: qué pasaba por su cabeza mientras paseaba haciendo tiempo para volver a casa.

José Bretón y el escritor Luisgé Martín. / RAFA ALCAIDE / AFP / DAVID ZORRAKINO / EUROPA PRESS
Correspondencia
Al igual que 30 años después haría Luisgé, Carrère se puso en contacto con el asesino. Le escribió ofreciéndole “compasión” y encabezó algunas de las cartas de la correspondencia que establecieron con un “Querido señor…”. En el programa ‘Bouillon de culture’ que comandaba Bernard Pivot le afearon estas palabras: ¿cómo compadecer o querer a un asesino? Al tiempo que el autor reclamó la humanidad del victimario y las reglas de cortesía. En el documental, la escritora y actriz Angie David establece que muy probablemente, Romand aceptó la propuesta “porque pensó que un libro de un gran autor podría absolverle de la culpa”. Es difícil no pensar que eso es lo que pasó por la cabeza de Bretón cuando contestó a la carta de Luisgé Martín: “Me entusiasma tu propuesta”.
Neige Sinno, una autora que ha hecho de una experiencia personal terrorífica, los abusos sufridos por parte de su padrastro durante la niñez-, el punto de partida de su impactante libro ‘Triste tigre’, habla en el documental del sentimiento que como lectores tenemos ante casos como este, crímenes reales, que, entre otras cosas, llenan nuestro ocio. Es un impulso, una curiosidad -¿malsana?- ante la que no nos resistimos pero a la vez podemos sentir una profunda vergüenza por ello. También Carrère aseguró tener escrúpulos e incluso pesadillas durante los siete años en los que estuvo embarcado en el proyecto.
¿Creer a tus fuentes?
Al ser un relato en primera persona a través de la voz del propio autor, Carrère va dando cuenta de sus propias reticencias y no se ahorra incluir en su obra las críticas que ya desde la elaboración de su novela se plantean los demás. Cuando Romand se exhibe como un pecador arrepentido durante el juicio, una periodista ‘felicita’ irónicamente a Carrère por seguirle el juego al asesino y hacer que el nombre del mitómano narcisista se perpetúe. No es eso lo que hace el escritor, por supuesto, porque su indagación es más profunda, pero sí es cierto que la literatura -la buena literatura- ha hecho que 30 años después sigamos hablando de él. El escritor, respecto a si cree realmente en esa conversión religiosa -que acabaría llevándole a un monasterio tras cumplir su condena-, propone un símil religioso: no es ateo ni creyente, sino más bien agnóstico, no puede afirmar taxativamente si Romand ha cambiado o no.
Frente a la novela de Carrère, el modo en el que Bretón se muestra en ‘El odio’ es más simple y banal, menos inteligente y sibilino, acorde con la psicología de un asesino que ni siquiera se toma la molestia de mentir, aunque sí de excusarse. Tanto en ‘El adversario’ como en la novela de Luigé Martín se han tensado al máximo las fronteras de lo que moralmente puede decirse, aunque muchos sostengamos que no deben existir tales límites. Pero no hay que olvidar que en el caso de ‘A sangre fría’, o en el ‘El adversario’ no hubo supervivientes victimizados, y es por eso que ni siquiera ‘Guerra y paz’ vale más que un estremecimiento de dolor real.
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