El 25 de octubre
El tranvía del deseo vuelve a pasar por Castelló
El clásico de Tennessee Williams llega al Teatre Principal bajo la dirección de David Serrano y con un reparto de lujo encabezado por Nathalie Poza y Pablo Derqui

Nathalie Poza y Pablo Derqui protagonizan en Castelló 'Un tranvía llamado deseo'. / Elena C. Graiño
Han pasado más de setenta y cinco años desde que Un tranvía llamado deseo subiera por primera vez a un escenario y, sin embargo, la obra de Tennessee Williams sigue latiendo con la misma intensidad que en 1947. Este sábado, 25 de octubre, el Teatre Principal de Castelló (con lleno absoluto, pues se agotaron las entradas) acoge una nueva versión dirigida por David Serrano, con un elenco que reúne a Nathalie Poza, Pablo Derqui, María Vázquez, Jorge Usón, Carmen Barrantes, Rómulo Assereto, Mario Alonso y Carlos Carracedo. Una producción de Producciones Abu, Milonga Producciones, La Casa Roja Producciones, Teatro Picadero y Gosua, que promete ser una de las grandes citas de la temporada teatral.
«Mi prioridad como director siempre ha sido ponerme al servicio de la historia y de los actores», explica Serrano. Y pocas historias exigen tanta entrega como la de Blanche DuBois, ese personaje trágico que encarna la derrota de la ilusión frente al peso brutal de la realidad.
Blanche, o el último refugio de la ilusión
Después de perder la casa familiar, Blanche llega a Nueva Orleans para refugiarse en casa de su hermana Stella, casada con Stanley Kowalski. Lo que sigue es un descenso hacia la locura, una colisión entre mundos: el refinamiento decadente del Viejo Sur y la energía primaria del proletariado urbano.

El clásico de Tennessee Williams sigue vigente con adaptaciones como las de David Serrano. / Elena C. Graiño
Williams convirtió esa tensión en una alegoría del choque entre lo espiritual y lo carnal, entre el anhelo de pureza y la imposición del deseo. El propio autor, que se definía como «un cronista de la vulnerabilidad», volcó en Blanche mucho de su propia sensibilidad y de su experiencia con la fragilidad mental de su hermana Rose. Esa honestidad convierte cada réplica en un espejo que devuelve una imagen ambigua: la de una mujer que se inventa una vida para sobrevivir, pero que termina prisionera de su propio espejismo.
Nueva Orleans: escenario del alma
El tranvía que da título a la obra es real: en la época, la línea «Desire» recorría el barrio francés de Nueva Orleans. Pero también es una metáfora del trayecto interior de Blanche, una ruta que comienza en la pasión y termina en la muerte, como recordaba el propio Williams. Esa geografía sensorial, húmeda y decadente, es también un estado mental: el de una América que se debate entre el esplendor perdido y la crudeza de la modernidad.
La propuesta escénica de Serrano se inscribe en ese territorio simbólico. Lejos de buscar una actualización forzada, el director parece apostar por un acercamiento clásico y honesto, en el que la emoción y la interpretación sostienen el pulso del drama. «Teniendo en las manos una obra maestra como El tranvía, aún más importante es ponerse al servicio de su verdad», afirma.
El teatro como espejo del deseo
El teatro de Tennessee Williams, profundamente freudiano, no es solo un retrato de personajes; es una exploración del inconsciente. En Un tranvía llamado deseo, Stanley Kowalski representa la fuerza instintiva y brutal del deseo —el «Id» freudiano—, mientras Blanche encarna la represión y la huida hacia la fantasía. Entre ambos, Stella oscila en un territorio de ambigüedad moral, incapaz de romper con ninguno de los dos mundos que la reclaman.
Esa estructura simbólica sigue siendo hoy de una lucidez incómoda. Williams supo anticipar los conflictos de género, poder y clase que marcarían la segunda mitad del siglo XX. Y lo hizo con un lenguaje de una belleza descarnada, capaz de hacer poesía del sufrimiento. En sus palabras, «habría que dejar siempre en un personaje una región misteriosa». Blanche, sin duda, es esa región.
La vigencia del delirio
Lo que hace que Un tranvía llamado deseo siga conmoviendo al público contemporáneo no es su argumento —conocido, incluso mitificado por el cine—, sino su capacidad para retratar el desajuste entre la vida que soñamos y la que realmente podemos vivir. Blanche no cae porque sea débil, sino porque el mundo ya no admite su tipo de belleza. Y en esa caída, Williams nos obliga a mirar nuestra propia relación con la mentira, la memoria y el deseo.
Esta nueva versión, que llega al Principal tras cosechar elogios en otros teatros, promete un reencuentro con la esencia trágica del texto: una reflexión sobre la identidad, la locura y la imposibilidad de escapar del pasado.
En la penumbra del escenario, cuando Blanche pide a su hermana «no quedarse atrás junto con las bestias», resuena algo más que una súplica: la pregunta eterna de si aún queda lugar en el mundo para la delicadeza, o si el tranvía del deseo seguirá llevándonos, una y otra vez, hacia la inevitable estación final.
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