Salgo decepcionado del Madrigal. No por el mediocre partido que han ofrecido Villarreal y Espanyol, sino por la actitud de la afición amarilla, apática toda la tarde excepto cinco escasos minutos.

Resulta incomprensible, pero parecía que el equipo de Javier Clemente jugaba en casa. Mil aficionados periquitos no pararon ni un segundo, mientras que el público local estaba tan helado como casi siempre.

Es norma habitual que el equipo debe calentar a sus incondicionales, pero en el caso del Villarreal el milagro es poder disfrutar de la Primera División cada 15 días en el Madrigal. Se puede estar de acuerdo con las decisiones de un técnico cabezón como Benito Floro, se puede discrepar de la actitud de algunos jugadores, pero mientras rueda el balón hay que apoyar de principio a fin, a muerte.

La Liga de las Estrellas es tan bonita que la afición juega un papel importantísimo para conservarla. Después, cuando pite el árbitro, es momento de expresar lo que se siente.