Pido perdón, de antemano, por comparar una ilegal ocupación militar con algo tan banal como debería ser un partido de fútbol. Peso si en Irak hay una guerra, en los estadios continúa la violencia. Nunca debe ser normal que la última imagen que uno tenga de un encuentro sea la de un aficionado albinegro con un corte en la cabeza, por fortuna, más espectacular que grave. Parece ser que recibió un golpe de un miembro de la seguridad privada del club, cuando unos aficionados albinegros se dirigían a despedirse de sus colegas del Hércules. Pero, en el fondo, poco importa como sucedió. Lo realmente trascendente es que en un régimen de libertades como el nuestro uno no puede acudir a un estadio a animar a su equipo, bien sea para ver cómo pierde su condición de invicto o bien para disfrutar de su machada a domicilio, sin el miedo en el cuerpo. Las carreras en los aledaños de Castalia recordaban a aquellas que, por suerte, he visto en ese color sepia de las imágenes de la Transición. ¿Por qué sólo pasa en el fútbol?