El idilio apenas duro una temporada: la del ascenso. En cuanto las cosas se torcieron, Gil dio rienda suelta a su peculiar y tristemente habitual artillería dialéctica y se rompió la baraja. Después de haber sufrido el descenso más sonrojante, cabía la posibilidad de que en la entidad colchonera, de una vez por todas, se hubiera hecho borrón y cuenta nueva y cada uno se hubiera dedicado a su parcela sin mayores intromisiones. Pero eso, en el Atleti, es imposible. Y más con Gil y Gil, quien acaba de anunciar su adiós. La primera meada fuera de tiesto fue de las gordas, tras el partido del Madrigal, cuando arremetió contra tres o cuatro jugadores, poniéndolos como auténticos inútiles. Luego, aunque no fuera tan sonado, llegó la ruptura a corto plazo con Futre y, finalmente, la última andanada propicio la decisión de Luis de no seguir la próxima temporada, aunque lo que no se entiende es que no se haya ido ya. Pero el técnico tampoco se debe escapar de la quema, pues no ha formado un equipo sólido y regular. La relación de una pareja tan extraña como la de Gil y Luis solo podía acabar en divorcio.