Aunque pueda parecer exagerado comparar el título de la ópera de Richard Wagner con la actual situación de Martín Palermo, la refleja fielmente. Sin llegar a ser Maradona, Palermo era un ídolo en el fútbol argentino. Y eso es mucho.

Que el balompié se ha convertido en el opio del pueblo ya bien es conocido, pero sus efectos psicotrópicos se multiplican en el país suramericano. En Argentina, que parece haber tocado fondo tras una interminable crisis, fueron muchos los que se aferraron a la religión del balón como una tabla de salvación. Y Palermo era un ejemplo a seguir: estrella del Boca, titular con la selección... casi un Dios. No tocó el cielo con la punta de sus dedos; llegó incluso a residir en él.

Ahora todo ha cambiado. Y él lo sabe: "Cuando estaba en Boca, arriba, todos estaban a mi alrededor. Llevo dos años y medio acá y pocos de aquéllos siguen a mi lado. Con el tiempo, uno se da cuenta de qué gente está en los buenos y en los malos momentos y quiénes aparecen sólo cuando saltan los rumores sobre mi posible salida".