La casa de El Chava estaba en lo alto de la colina. El ciclista había citado a los periodistas, a los que consideraba sus amigos --tenía muchos amigos, quizá demasiados-- junto al muro del cementerio de El Barraco. Acababa de ser tercero en la Vuelta. Era el año 1998. Abraham Olano, con el que se había peleado pese a estar juntos en el Banesto, había conquistado la carrera. Pero esa fue la Vuelta del Chava.

"Vamos al garaje". Allí estaban los toneles de plástico donde fabricaba su vino. "¿Queréis probarlo? Lo hago yo mismo". Ayudado por un embudo, llenó los vasos de un líquido fuerte al que llamaba vino, orgulloso. "Yo no necesito EPO, esas dos me las bebí la noche antes de partir hacia la Vuelta". Eran dos botellas vacías de Vega Sicilia. El chorizo tampoco faltaba nunca en su habitación al terminar las etapas. Poco le importaba que su aliento le delatase ante el entrevistador.