Nadie, ni siquiera Frank Williams (Williams-BMW) y mucho menos Ron Dennis (McLaren-Mercedes), apostarían hoy un euro, diez, cien o un millón a favor de la posibilidad, cada vez más remota pese a que el Mundial acaba de comenzar, de que Michael Schumacher (Ferrari) no conquiste este año su séptimo título mundial.

La superioridad de Schumi y su bala roja es tan manifiesta que a los demás no les queda más remedio que repartirse las migajas, suculentas en un mundo de caviar, pero insuficientes para sus presupuestos. Schumacher logró ayer su victoria número 72 en un circuito, Sepang, donde solía sufrir. El alemán, que en Barcelona correrá su GP número 200, domina ya el campeonato con 20 puntos, siete más que su compañero Rubens Barrichello, que, por contrato, no puede adelantar al jefe.

REACCIÓN DE ALONSO

Todo lo que ha sucedido en los dos primeros grandes premios del Mundial, todo, desde los primeros entrenamientos del viernes en Melbourne hasta la última vuelta de ayer en Kuala Lumpur, ha sido dominado por Michael Schumacher, que se aleja ante los ojos de sus rivales en cuanto se apagan los semáforos rojos que señalan el inicio de la carrera.

A partir de ahí, los restantes 19 pilotos empiezan su batalla particular para conseguir los dos puestos que sobran en el podio y las otras cinco posiciones que permiten sumar puntos e ingresar miles de dólares.

Entre esos privilegiados volvió a estar ayer el español Fernando Alonso (Renault), cuyo fulgurante y enérgico inicio de carrera --pasó del último al octavo puesto en las tres primeras vueltas--, no contó con la colaboración de la dirección de su equipo, cuyos responsables técnicos erraron, no una sino dos veces, la estrategia a seguir sin consultársela, pasando de dos paradas a tres y, de nuevo, a sólo dos repostajes.

Eso obligó a Alonso a correr la mayor parte de las vueltas con sobrepeso, lo que lastró su capacidad de pilotaje. La progresión fue espectacular, cierto; la recompensa final tal vez hubiese sido similar, pues únicamente hubiera ascendido una plaza, la sexta, pero resulta preocupante que en el seno del equipo de Flavio Briatore no sean conscientes de que las habilidades, la astucia y el atrevimiento del asturiano le permiten riesgos que otros tienen vetados.

Sepang era una prueba de fuego para el tripartito que gobierna la F-1. Ferrari llevaba dos años sin ganar en Malaisia, ya que los dos últimos triunfos se los apuntaron McLaren-Mercedes (Kimi Raikkonen, en el 2003) y Williams-BMW (Ralf Schumacher, en el 2002). Schumacher quería demostrar que lo de Melbourne no se debía únicamente a que aquel era un circuito Ferrari. Y Bridgestone, los neumáticos japoneses que equipan a la escuderia, estaba harta de oír que sus gomas se derretían con el calor.

Los tres saltaron a la pista a demostrar su poder y los tres salieron a hombros del paddock malayo. Eso sí, contaron con la ayuda del tiempo: los 55 grados en el asfalto del sábado se convirtieron ayer en 41.

Las migajas se las repartieron esta vez el bravísimo Juan Pablo Montoya (Williams-BMW), de nuevo el único que podría amargarle, junto a Alonso, alguna carrera al exultante hexacampeón del mundo, y un portentoso Jenson Button, que logró el primer podio de su carrera y bañó de bronce su espectacular BAR-Honda. "Esto sólo acaba de empezar, pero somos muy felices", dijo orgulloso, a pie de podio, Shuhei Nakamoto, jefe de desarrollo de Honda, el primero en dar saltos de alegría tras la gesta.