Aquí empezó todo. Hace 2.780 años, Pelops, rey del Peloponeso, puso fin a las guerras entre las ciudades-estado de lo que hoy conocemos como Grecia, y para que sus guerreros se desfogaran y se mantuvieran en forma, se inventó los Juegos en Olimpia. La cita se consumaba cada olimpiada (ahora 4 años), y tenía lugar en la sagrada Olimpia tras dos lunas llenas a partir del solsticio de verano. Los vencedores del lanzamiento de disco, de la carrera al estadio de 212,54 metros y de la lucha en la palestra recibían como premio la corona del olivo silvestre que crecía en un extremo del estadio, un árbol al que llamaban el Callisteplanos Elaia.

Casi 28 siglos después, la organización de Atenas 2004 decidió dar un toque de romanticismo y ha vuelto a los orígenes para mostrar todo el peso de su historia olímpica. Para ello, ha montado una infraestructura mínima, sin marcadores, ni tribunas, ni nada que pueda romper el encanto de este retorno al pasado.

"Sientes muchas cosas cuando ves el estadio, la palestra, el templo de Zeus. Ha sido muy emotivo y muy de agradecer para un lanzador, porque somos los marginados de este deporte", afirma Manuel Martínez, el lanzador leonés que hoy tendrá el privilegio de asistir a una competición irrepetible, en la que quiere romper su maleficio para aspirar a una medalla.