El Villarreal vivió ayer su más profunda crisis de identidad de la temporada. Se olvidó de su papel de equipo que borda el buen fútbol, que adora el espectáculo y que rinde culto a la imaginación por delante de la especulación, y saltó al campo asumiendo la personalidad de un conjunto rácano, timorato y sin ideas para hilvanar una jugada de más de tres toques. Era un Villarreal desconocido, hasta tal punto que ganó un partido lejos del Madrigal ocho meses después de que venciera al Mallorca en Son Moix la temporada pasada.

El fútbol ensalzó una vez más su grandeza y cuando menos lo merecía, el Submarino venció fuera de casa. Los tres puntos suponen un gran respiro y le acercan a la zona noble.

El Villarreal bordó el fútbol contra el Real Madrid y le tuvo al borde del KO durante la mayor parte del partido. Pellegrini hizo suyo eso de que cuando las cosas van bien, no cambies. Y repitió la fórmula, salvo el obligado cambio de Peña por Gonzalo Rodríguez por sanción de éste último. El rombo, con Román en la punta superior que enlaza con el ataque, enterraba el anterior dibujo con dos medios centros en paralelo.

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