Nacer donde nadie quiere nacer, crecer de espaldas a la gente. Mirar al cielo por si llueve. Al mundo, tal vez le importes una mierda. Pasaste a ser un cero a la izquierda, sin haber dañado a nadie ni haber cortado el aire. Llega un momento en que pierdes la esperanza, desechas tu futuro. Tu sino es agua que debías beber, barro que has de comer. No sabes, no piensas, sólo quieres que pase la lluvia de dolor. Pero yo sigo adelante, a pesar de lo duro que se hace luchar y sobrevivir; a pesar de todo, jamás podrán hacer cambiar mis sueños.

Esto lo habrán pensado miles de veces los seguidores del Egaleo, el club de los suburbios, de la parte olvidada de la gran ciudad, de una zona al margen del resto del mundo, donde un día, 70 años atrás, los jóvenes trabajadores de la fábrica Piritidopilon decidieron crear un equipo de fútbol. Han sido 70 años de penurias, de escasez, de subir lento y bajar muy rápido, de no tener casi ningún apoyo, de ver como los clubs más grandes se te llevaban a los jugadores más destacados, de que haya un día un terremoto en Atenas y, de toda la ciudad, sólo se caiga tu estadio. Ni Atenea, diosa protectora de la ciudad, ni Zeus, ni Hermes, nadie de la mitología griega se ha compadecido del equipo de los suburbios de Egaleo, los hijos de un dios menor. Nadie, salvo Apolo, el dios de la luz que, desde su santuario de Delfos, parece haberles echado una mano con esto de llegar a disputar la Copa de la UEFA.