Así como los sentidos se agudizan y van tomando forma en su desarrollo, así como el oído comienza a diferenciar el sonido de una corneta al golpe de una puerta o el sensitivo distingue en el tacto un trozo de madera al de un algodón, el inconsciente va dando paso --sin avisar, claro-- a una forma de concebir el fútbol. De entenderlo. Observarlo. Practicarlo. De niño, en ese momento crucial en que los primeros pasos ya tropiezan con la bola, se va adoptando un estilo como propio.

Y eso, que se vuelve tan arraigado, con el tiempo, no cambiará jamás.

En Europa y Suramérica el fútbol se vive con la misma intensidad. Pasión. Fervor. Pero la forma de concebir el juego es distinta. Y siempre lo será. Ocurre que cuando los equipos amalgaman jugadores de diversas nacionalidades, el estilo puede carecer de identidad propia. Por eso, por la gran cantidad de jugadores del cono sur que habrá en el partido entre el Villarreal y el Mallorca, será como volver a las raíces. Y jugar como lo hacían antes de ser profesionales. Eso que palparon de pequeños: Jugar en un potrero (terreno baldío) y tirar un túnel en un picado (partido informal). Eso no cambia. Ni va a cambiar. Mañana jugarán como en casa, pero a 14 mil kilómetros de distancia.