En 1804, el Virrey de Sobremonte estableció su residencia veraniega en Buenos Aires, en un punto entre Liniers y Vélez Sársfield, una franja de terreno despoblada. En 1907 se comenzó a tramitar la denominación de barriada y la concesión de la estación de tren, otorgada el 18 de marzo de 1909. Dicha estación, por la cercanía del Virrey, se denominó Villa Real y a su alrededor comenzó a crecer el barrio con el mismo nombre, en la actualidad con 15.000 habitantes en sus 1,5 km. de extensión.

Cuarenta años después, un 29 de abril, nacía en Villa Real Carlitos Bianchi, un pibe muy espabilado y descarado en los descampados de la barriada, jugando con todo aquello que se pareciera a un balón. No es que fuera un virtuoso, pero se mostraba hambriento de muchas cosas, sobre todo de gol. De muy pibito ya era un rematador nato. Más de un disgusto le costó ese afán, como la expulsión del colegio de San Rafael, cuando al patear el borrador --el hipotético balón-- hacia la pizarra --la hipotética portería-- el útil acabó impactando en la cabeza del rector.

Como la escuela se acabó, tuvo que ejercer de canallita --aprendiz-- en el puesto de periódicos de su padre. Pero ni por esas. Lo suyo era la pelota. Se federó y jugó en el Unión Paz y Ciclón, clubs del barrio que le catapultaron hasta Liniers, el trampolín hacia Vélez Sársfield. Pasó al primer equipo y a Europa, hartándose de golear en Francia hasta que regresó a Vélez en la recta final de su carrera.

El Bianchi entrenador

Volvió a Francia para empezar su andadura como técnico, pero su labor no pasó de aceptable. De nuevo, vuelta a Argentina y al Vélez, llevando a este equipo a los logros más importantes de su historia: Liga, Libertadores y Intercontinental. Volvió aprobar fortuna en Europa, en la Roma, y fracasó en el intento. De vuelta, Bianchi recaló en Boca. Lo ganó todo con Román, Arruabarrena, los Schellotto, Battaglia.... Pero la crisis del fútbol argentino se agudizó y Carlitos se aventuró otra vez a salir de su país para venir a España y firmar por el Atlético, algo en lo que tuvo mucho que ver la posibilidad de incorporar a Román.

Carlos Bianchi ya no es un pibito; tiene esposa, hijos y un buen puñado de nietos, una fundación de ayuda a los niños necesitados, la Fundación Por un Mundo Mejor, sita en San Marcos, un pueblecito de la provincia argentina de Córdoba que alberga a 1.500 niños. Y, sobre todo, tiene ya 56 años, y sabe que ésta puede ser su última oportunidad en el fútbol grande de Europa, como lo llaman allá en Argentina. Son las últimas balas de este asesino del área, el denominado Virrey, que un día viniera al mundo en el modesto barrio porteño de Villa Real.