Es difícil determinar cuándo un grupo asume por completo sus defectos y sus virtudes y evoluciona hacia un estado superior, para convertirse en un equipo con mayúsculas, con toda la fuerza que eso le da. Es el caso de la selección española de baloncesto. En Japón ha estallado con toda su fuerza, aunque el germen hay que buscarlo mucho más atrás, seguramente en 1999, cuando un grupo de emergentes promesas, situados ya en la frontera de los 18 años, encadenó tres títulos consecutivos, con el Mundial júnior como guinda.

En aquel equipo estaban Pau Gasol, Juan Carlos Navarro, José Manuel Calderón, Felipe Reyes, Carlos Cabezas, Berni Rodríguez, seis de los 12 actuales campeones del mundo. Con esa base, la selección ha construido un bloque monolítico, sin fisuras, al que solo ha sido necesario añadir las dosis de calidad de los que venían empujando por detrás como Rudy Fernández, Sergio Rodríguez y Marc Gasol. "Este grupo no ha necesitado motivación ninguna. Han sido ellos los que me animaban. Me lo he pasado en grande, he disfrutado como nunca", descubrió el seleccionador Pepu Hernández.

EL MUNDIAL DE LA ´POCHA´ El técnico, en realidad, ha sido uno más en un trabajo compartido durante dos meses, con disciplina pero sin agobios. Después, todo ha sido cuestión de convivencia. De noches y noches de hotel, con interminables partidas de pocha. Un Mundial paralelo al de baloncesto se ha disputado en la habitación que compartían Navarro y Pau Gasol, con piques incluidos. Los jugadores de Madrid importaron la idea, pero rápidamente el resto del grupo se unió a la iniciativa. La imagen del equipo tras ganar el oro, sentado en corro en la pista, era precisamente eso, una recreación de una partida de cartas.

EL DJ MARC La habitación de Marc Gasol se convirtió en la estación central para el intercambio de música. Todos los jugadores, a excepción de Carlos Jiménez, que prefiere un buen libro, van con sus Ipod a todas partes. Así que la idea fue que todos volcaran su música en el ordenador de Marc y el que quisiera podía renovar el repertorio personal sin problemas. Lo mismo sucedió con las películas. Cada jugador acudió al Mundial con 10 diferentes para poder intercambiarlas.

Ningún jugador ha hecho vida a parte. Todo se ha realizado en grupo. Cuando el seleccionador daba alguna jornada libre, el grupo decidía qué hacer, la mayoría de las veces para ir a cenar fuera a algún restaurante de comida rápida. Y, ya metidos en el vestuario, poco antes de la charla técnica del entrenador, música española. Sobre todo El Canto del Loco, aunque Nena Daconte, Danza Invisible o los Hombres G también tenían preferencia. Pero ha habido una pieza que ha acabado convirtiéndose en una especie de himno para el equipo: El hombre despechado, de Riki López. La historia de un joven al que su novia abandona por otro después de haberle pagado una operación de aumento de pecho.

El resto, en realidad, ha sido fácil, con un grupo de tanto talento. Simplemente salir a ganar en cada partido del Mundial.