Víctor Muñoz basaba sus estrategias en las virtudes rematadoras de Arruabarrena. Le pedía que ejecutara las acciones en silencio, sin despertar la atención del contrario, desplazándose y saltando como un zepelín. Claro que, entonces, entraba oculto detrás del ariete de turno. Ayer el vuelo del zepelín fue en solitario, aunque más que un remate fuera un golpe con la hélice el que significó un gol. Difícil de ver, pero con lo astuto que es el argentino hay un par de gestos que le delatan, como las miradas al asistente mientras festejaba el gol. El triunfo permite seguir en la pomada de candidatos a no ser comparsa, pero no debe servir de excusa a lo plano que está jugando el equipo de Manuel Pellegrini.