Vaya por delante que la mayoría estamos de acuerdo: el Sevilla tiene un equipazo, el mejor de su historia moderna. Una plantilla amplia, con la que se pueden hacer dos alineaciones competitivas. Detrás, hay una estructura admirable, que está dando sus frutos. Jugadores nacionales y foráneos, una cantera que saca futbolistas como churros. Todo eso se traduce en lo que luego se ve sobre el terreno de juego: un equipo muy potente físicamente, ambicioso y que sabe jugar al fútbol, dirigido desde el banquillo con mano maestra por Juande Ramos, un técnico que siempre destacó por trabajar muy bien sus equipos, eso que llamamos tácticamente, y que no siempre va unido al riesgo, a la ambición y al espectáculo. Pero este Sevilla lo tiene todo.

Ha ganado, en poco tiempo, dos competiciones europeas, pero todavía no es un grande, aunque puede estar en el camino. Es por ello que su presidente, tal vez debería ser un poco más comedido. Bastaría simplemente con no decir cada cinco minutos que su equipo es el mejor del mundo y que él es el hombre más importante del mundo. Hasta Juande metió la gamba al afirmar que, en la final de la Supercopa, ante el Barcelona, "todos los españoles" iban con el Sevilla. El fútbol, tan pronto encubra a la gente como la quema en su hoguera de las vanidades. Pese a ello, chapeau a este Sevilla.