Hasta ayer mismo, día en que las autoridades municipales, federativas, sindicales, jugadores, socios y aficionados se enteraron, de pronto, de que Pedro Villarroel acababa de recuperar todas sus acciones y volvía a ser dueño plenipotenciario del Levante, el club, colista de la Liga, tenía hasta tres máximos responsables: el susodicho Villarroel, dueño desde hace 26 años y conocido por todos en el vestuario como el padrino; Julio Romero, el presidente figurante, y Ramón Victoria, una especie de Di Stéfano, presidente de honor de la Fundación Deportiva Cultural Levante a quien, supuestamente, Villarroel había traspasado 87.412 títulos, el 70,3% del capital social, para sacarse el muerto de encima.

El trilerismo protagonizado por Villarroel, un dueño que ha dirigido el club con ademanes dictatoriales, a base de SMS a la plantilla ("si no retiras la denuncia, acabaras cobrando del paro", le escribió a Rubiales), a los medios de comunicación ("¡ojo con lo que escribes que puede salirte muy caro!", le envió a un redactor del diario Superdeporte) e, incluso, llamando "ratas y subnormales" a los aficionados, no impidió que 500 peñistas acudiesen anoche a la plaza del Ayuntamiento de Valencia para pedir a gritos "¡Pedro, vete ya!", exhibiendo una pancarta de 12 metros que rezaba Villarroel, culpable. ¿Saben cómo acabó todo?: Villarroel devolverá hoy todas sus acciones a la fundación y volverá a abrirse la esperanza.

Despilfarro total

Mientras la RFEF y la LFP miran hacia otro lado, el Ayuntamiento, la AFE, la plantilla y los aficionados intentan sacar la nave a flote ante el absentismo de Villarroel, que sigue hablando de recalificar el Ciutat de Valencia, cuya última letra a, cuelga de la fachada porque no hay dinero para pegarla de nuevo. "Nuestra ciudad deportiva vale 30 millones y el estadio está tasado en 200", insistió Villarroel, cuya memoria selectiva le impide recordar que, hace dos años, el consistorio le dio 50,7 millones de euros y, el pasado octubre, a la firma del protocolo de recalificación del recinto, 4 más.

"Por supuesto que estamos dispuestos a ayudar al Levante --dijo ayer Grau, concejal de Deportes-- , pero queremos una gestión seria y eficaz, pues la evidencia de la mala gestión es tan gorda, tanto, que no son necesarios juicios de valor: olvidemos el pasado y aprendamos de él". Las palabras de Grau, uno de los artífices de la posible solución, forzaron, a última hora de la noche de ayer, a Villarroel a desprenderse, de nuevo, de la propiedad. "Lamentablemente --añadió Grau-- el Levante bajará este año y, de lo que se trata ahora, es de que no baje a 2ª B por sus deudas, sino que lo mantengamos en la categoría de plata para, una vez saneado, intentar que vuelva a 1ª".

El retrato del club es patético. Es el último de la Liga, al igual que su filial, el Levante B, en Tercera. Tiene todos sus derechos federativos suspendidos. Debe a sus jugadores el 80% de las fichas del pasado año, y el 85% de las de este, el total de los alquileres apalabrados, un montón de mensualidades y 200.000 euros de primas. Sus jugadores han decidido no entrenarse en Buñol para ahorrarse la gasolina. No van concentrados porque ningún hotel se fía del club y, pese a anunciarse en foros, no encontró director general que aceptase "poseer iniciativa y, sobre todo, capacidad para anticiparse a los problemas".

Plantilla desorientada

Descarga y Rubiales, capitanes, trataban ayer de animar a los chicos y organizaron una reunión para conocer sus auténticas necesidades. Los hay muy apurados. Por ejemplo, el pintoresco Riga, ghanés nacionalizado holandés, que nada más llegar a Valencia se compró tres pisos y asumió tres hipotecas gigantes que ahora no puede pagar. Eso sí, Riga, que la semana pasada le dedicó un rap al presidente ("nos trata como a esclavos"), conduce un Hummer, que consume como un avión.

Los hay que han vendido el coche. Muchos han empeñado todo el oro e, incluso, algunas joyas de sus esposas. Casi todos deben varios plazos de la hipoteca. Bastantes no han podido hacer frente a los alquileres. Alguno ha pedido a la dirección del colegio de sus hijos paciencia. "Pagaremos, seguro", dicen estos. Los jugadores que tienen ahorros ("solo son el 10% de la plantilla", dice Rubiales) han ayudado a los más jóvenes e, incluso, han pagado varios sueldos mileuristas de empleados del club. Todos han pedido ayuda a sus familias. Y los hay que ni siquiera han podido ir al taller a retirar el coche por no poder pagar la reparación.

"Dudo que este hombre pueda ir a comerse una paella tranquilo con su familia al Cabanyal", dijo ayer uno de los titulares de De Biasi. Al Cabanyal no sé si va pero ayer, en plena reunión con los responsables municipales, Villarroel los dejó plantados. "He de ir urgentemente al lavabo", se excusó. Y allí los tuvo esperando más de un cuarto de hora. Por la noche, Villarroel no pudo moverse de su domicilio. Los peñistas rodearon su casa hasta cumplir sus deseos. Mientras, los jugadores se sentían dejados de la mano de Dios.