El Villarreal sufrió ayer pánico en las áreas. Si el partido se hubiera alargado hasta la madrugada, seguramente igual habría acabado con empate a cero. Y eso que el equipo de Pellegrini lo hizo casi todo bien, con un buen criterio futbolístico y practicando un buen juego, pero su brillantez parecía no tener el pasaporte sellado para adentrarse en la línea que marca la zona de definición, el espacio donde se resuelven los encuentros. En el área las ideas se nublaron, no se acertaba en el último pase y el desatino se adueñaba de los talentosos futbolistas de Pellegrini. Ni de penalti pudo batir al portero del Racing el Villarreal. Al margen, alguna acción un tanto discutible como un gol anulado a Rossi por presunto fuera de juego. Pero la verdad es que al Submarino le cuesta mucho ganar en El Madrigal. En los últimos siete partidos de Liga, solo ha ganado en dos.

La lectura del empate final no se traducía a un mal juego de los amarillos. Es más, El Villarreal demostró que si le das una pelota y un campo en buen estado, es casi imposible que no juegue bien al fútbol. Una de esas condiciones le falló en San Petersburgo y el equipo amarillo no se sintió cómodo. Pero en el Madrigal, volvió a interpretar su guión habitual: el fútbol de toque que le distingue.