Ronaldinho se marchó ovacionado. Minutos más tarde, Henry era despedido con más aplausos. Y luego, los 11 jugadores azulgranas que quedaban en el campo. El Celtic Park se rindió ante una bella noche de fútbol que protagonizó el Barça. Más que castigar a los suyos por la pírrica imagen, el público reconoció la superioridad azulgrana y se tragó el orgullo. Un aplauso de premio a los visitantes y de despedida a los locales, que dentro de 15 días acabarán su carrera europea en el Camp Nou.

El Barça campeón despertó por fin con un triunfo de prestigio (2-3) que resultó cortísimo para los méritos que contrajo. Penó una dosis de mala suerte. Por los dos goles del Celtic, en los dos únicos remates que conectó, y por la cantidad de oportunidades que llegó a desperdiciar. Como es habitual de un tiempo a esta parte. Eso, sin embargo, no resta un ápice al mérito de los barcelonistas, que jugaron a placer. Más que si lo hubieran hecho en casa.

VICTORIA CIEN La victoria 100 del Barça en la Champions llegó en un magno escenario. Al valor añadido que supuso encarrilar el acceso a los cuartos de final, sirvió para quebrar (por segunda vez) la racha de imbatibilidad europea del Celtic en casa (cuatro años) y los ocho triunfos que habían encarrilado los verdiblancos en lo que va de año.

Rijkaard, que presenció el duelo desde la primera fila del palco, recuperó anoche a Ronaldinho tras cuatro partidos de suplente. El brasileño le traspasó el chándal a Etoo, que no se libró del peaje de la suplencia pese a que se le esperaba con ansiedad. Ronaldinho, por fin, compensó al entrenador y al equipo con una actuación más esperanzadora, pidiendo juego, jugando con precisión y desbordando a su par.

Apoyándose en sus grandes amigos --Deco y Messi--, pero gozando sobre todo de la inestimable ayuda de Abidal para forzar el dos contra uno, Ronaldinho generó tanto juego como ilusionantes expectativas. También reaccionó Messi con goles. No marcaba desde el 27 de noviembre y anotó por partida doble.

Igual de lúcido se mostró Henry, que tuvo una cuota menor de protagonismo. Más trabajador, con más sentido colectivo, como Iniesta, que movió el balón con simpleza, al primer toque, o como Touré, excelente en la intendencia, el francés no se anduvo con preciosismos. Chutó todo lo que le llegó y marcó un golazo.

El encuentro fue un monólogo azulgrana del minuto 1 al 90. Como debería ser siempre. Especialmente valioso fue que se produjera ayer, ante medio mundo. En un escenario que impresiona, y que anoche no solo enmudeció, sino que pitó a los suyos por los monumentales errores que cometieron. Los locales quedaron en evidencia en el manejo del balón frente a los azulgranas, auténticos virtuosos y que, a menudo, abusan de una interminable colección de pases que no conducen a nada. En varias fases sucedió. La estrategia sirvió para impedir que el Celtic se creciera.

Bastante afortunado ya estuvo el once escocés para adelantarse dos veces. Sin merecerlo, aunque las dos jugadas --dos centros-- fueran un dechado de precisión. El temible Celtic jugó desorientado, incapaz de tener el balón el mínimo de tiempo para crear algo. Pudo colgar dos pelotas a la olla y gracias. El Barça también se aplicó con esmero en la presión. Bien colocados en el campo, y muy juntos, los azulgranas cerraron el paso en la mitad del campo. Solo se jugó en el del Celtic, que no se enteró de nada.