Godoy, el gran maestro del monólogo, reflexionaba en una de sus actuaciones sobre lo absurdo de las tapias de los cementerios. "Los que están dentro quieren salir, pero no pueden y, los que están fuera, no quieren entrar", razonaba el humorista uruguayo. Algo semejante ocurre en el camposanto en que ha convertido Pedro Villarroel al Levante Unión Deportiva.

Con un matiz: los que están dentro no pueden salir porque no les han pagado, aunque unos cuantos sí que optaron por renunciar a lo que les correspondía y largarse en busca de aire más fresco y dejar atrás el tufo a muerto que se respira en el club. Han sido muchos años de presidencialismo puro y duro que han ido minando la economía y el señorío de la entidad.

La falta de criterio del propietario ha sido una rémora para las posibilidades de salvación. Es loable ante tanto despropósito la dignidad y profesionalidad de un técnico y una plantilla --o lo que queda de ella-- por seguir luchando hasta que acabe la temporada. Ellos son lo más potable en ese cementerio viviente que va a dejar como herencia Pedro Villarroel, capaz en su día de llamar ratas a sus propios aficionados. Jamás tuvo el poder peor gusto.