El Villarreal mantiene su regularidad. Su marcha no presenta demasiados altibajos. Gana, gana y gana. El Levante se convirtió en una nueva víctima, la novena a domicilio de esta Liga, en la que el Submarino ha batido también su récord de triunfos lejos del Madrigal. Los más de tres mil aficionados amarillos que viajaron a Valencia para animar al conjunto de Pellegrini se llevaron un merecido homenaje de su equipo. El triunfo asegura prácticamente el objetivo primigenio que no es otro que obtener una de las plazas que dan derecho a disputar la Champions. Son 9 puntos de ventaja al quinto --Racing-- cuando solo quedan 27. Mientras, persiste la presión al Madrid y al Barcelona. Y, además, ha aprendido a ganar sin jugar bien, como lo hacen los grandes equipos.

No fue la tarde más inspirada de los amarillos, que aguantaron el tipo asentados en su eficaz y segura defensa, en el liderazgo de Senna, en las genialidades de Pirès, la verticalidad y capacidad de desbordar al contrario de Matías, amén del espíritu ganador de Guille y, por supuesto, en ese plus de calidad individual que diferencia hoy al Villarreal del Levante. No es que los de Pellegrini aplicaran la ley del mínimo esfuerzo, pero no exhibieron en Valencia su mejor versión.

El Levante, que se ha desprendido de cualquier presión y que ya da por asumido el descenso, continúa poniéndoselo muy difícil a los equipos a los que se enfrenta. Juega sin objetivos claros y cualquier cosa que haga se da por buena. Indudablemente, si está colista es por una serie de circunstancias que ayer también quedaron demasiado evidentes, como su pobre bagaje ofensivo y una endeblez en la retaguardia muy pronunciada. Su suerte es que el Villarreal apenas apretó el acelerador y sus dos delanteros, Tomasson y Nihat, mostraron muy poco sus garras.

El primer susto fue del Levante, en un tiro que Pedro León estrelló en el poste. La segunda oportunidad también fue granota. Los dos golpes levantinistas despertaron al Villarreal que se dio cuenta de que tenía que exponer más para ganar.

El Levante colaboró con Matías, que por fin se decidió a tirar de fuera del área, y se lo puso fácil con la ayuda de su portero, quien pudo hacer mucho más para evitar el 0-1. El Submarino no se sentía cómodo ni encontraba su filosofía de juego. Y el toque de atención le llegó con el remate de cabeza de Miguel Ángel a la red, que establecía el empate.

El Villarreal estaba atascado. Y Pellegrini lo desatascó dando entrada a tres pesos pesados: Guille Franco, Cani y Pirès. ¡Cómo cambió el Villarreal! Los tres fabricaron la acción del 1-2, con un golazo del delantero mexicano-italiano de origen argentino. Era la culminación a la reacción del Submarino, que varió su fisonomía con la entrada de Cani y, fundamentalmente, del galáctico, como lo define Pellegrini.

EL MANUAL ´PELLEGRINISTA´ El Villarreal plasmó otra vez el manual pellegrinista con la eficacia y plasticidad que le caracteriza. El balón ya solo se movía de bota a bota de los amarillos. Pirès sacó dos o tres conejos de esa chistera acostumbrada a convertir en magia todo lo que toca. Cani le transmitió más dinamismo al equipo y Guille Franco le enseñó, como siempre, los dientes a la defensa contraria. El Villarreal sigue metiendo presión a los grandes.