Ansiosa por alcanzar el rango de las selecciones que se mueven por los grandes campeonatos como por su casa, España vuelve a tener ante sí, dos años después, la oportunidad de reivindicarse en un partido grande. De los más grandes, porque Italia es la actual campeona del mundo y sí es de esas que suelen abrirse paso en estos trances con la autoridad que le otorga un currículo preñado de títulos. No importa que su fútbol no sea el más vistoso, que haga de la especulación su forma de supervivencia o que echase a andar el pasado día 9 con una goleada en contra ante Holanda.

Italia asusta siempre y nadie lo quiere admitir nunca. Ni los internacionales españoles, que están obligados a reafirmar sus posibilidades de progresar hacia semifinales con la íntima convicción de que están ante una ocasión única, ni Luis Aragonés, gran admirador del modelo italiano. Llevar a España a cotas inalcanzables durante décadas le situaría por encima del resto de los mortales. Y puede que, en su anunciada despedida, disfrutase más restregando su éxito a quienes le han atacado que celebrándolo con el orgullo legítimo de los grandes profesionales.

CON CAUTELA. Tampoco nunca los aficionados exteriorizarán su posible pesimismo en unas vísperas tan calientes. Los sentimientos que les mueven siempre apuntan hacia lo maravilloso, lo épico y lo improbable. En Austria no se ha levantado la marea roja que quiso colonizar Portugal, pero sí que, desde una cierta cautela, se ha despertado en sus ánimos la firme esperanza de una vendetta esperada largamente. España solo ha ganado una vez en partido oficial, y fue en 1920 en los Juegos de Amberes.

España fue recibida en Viena ayer al mediodía al grito de "el día 22, Italia dice adiós". Una frase que echó a rodar en el momento en que los italianos se ganaron el pase a cuartos, entre otras cosas gracias a la honradez de Holanda, y que no ha hecho más que multiplicarse hasta copar todos los rincones del centro de Viena, donde ayer había mayoría hispana. En el estadio será otro cantar. En el recinto que ha relevado al viejo Prater se juntarán no menos de 15.000 españoles, que estarán en minoría. En la calle se quedarán, al menos, el doble.