El pasado domingo, a cualquiera que estuviera presenciando el Sporting-Barcelona, seguro que se le pusieron los pelos como escarpias. Un estadio abarrotado de un público entregado a un equipo al que le estaba cayendo la del pulpo. Y, sin embargo, en la grada se lo estaban pasando en grande. El club asturiano ha sobrevivido a unos cuantos dirigentes que lo debieron hacer peor que aposta, porque, después de haberlo vendido todo y contando con una cantera ejemplar, no se explica que pudieran llegar al extremo de la bancarrota.

Ahora, su regreso a Primera está siendo de lo más cruel. El Sporting sufre una hemorragia defensiva impresionante, y el bueno de Manolo Preciado ya no sabe que hacer para pararla.

Sus muchachos corren como no corre nadie, pero eso no es suficiente. Son un equipo advenedizo en estado puro. No se han reforzado y lo están pagando muy caro. La calidad cuesta dinero, y les faltan las dos cosas. Si no hay dinero habrá que buscarlo para cuando llegue la Navidad y haya posibilidad de atacar esa mejora que la plantilla pide a gritos. Mientras tanto, el tiempo que transcurra hasta entonces va a ser una pesadilla y tal vez cuando despierten ya sea demasiado tarde. Al Sporting de Gijón le meten un gol cada 18 minutos, y esas cifras no llevan a otro camino que no sea la Segunda División A.