Parece mentira que después de las desgracias que han pasado con las bengalas en los campos españoles en los últimos 25 años, con dos muertos --un niño de 13 años en Sarrià, en 1992, y un aficionado del Cádiz en el Carranza, en 1985-- todavía no se haya conseguido evitar la entrada de estos peligrosos proyectiles en los estadios de toda una Primera, en los que, se supone, la seguridad está controlada al milímetro. El sábado, en Montjuïc, volvió a rozarse una tragedia. Todo por culpa de algunos clubs o cuerpos de seguridad, que al final se echan la culpa unos a otros. Al final, todo se soluciona con unas cuantas detenciones y alguna que otra multa. Hechos consumados, cuando, realmente, lo importante es la prevención. No aprendemos.

Tigre de Bengala