Marcos Senna volvió a ser anoche el desatascador del Submarino. El fenomenal mediocentro y capitán del conjunto de Manuel Pellegrini suele ser determinante cuando el equipo más lo necesita y ante el Celtic de Glasgow no fue una excepción. Un lanzamiento de falta magistral del campeón de Europa dejó boquiabierto a Boruc y a los más de 24.000 aficionados que se dieron cita en El Madrigal. Su gol sirvió para abrir el cerrojo católico y, a su vez, para encarrilar el pase amarillo a octavos de final de la Liga de Campeones.

Los cañonazos del hispano-brasileño ya no son una anécdota. Desde que se destapara hace tres temporadas en el debut amarillo en la Champions ante el Benfica en Lisboa, el internacional español ha acudido a la llamada de sus compañeros en las situaciones más comprometidas.

La de ayer era una de ellas, una de las papeletas más complicadas de esta fase de grupos. Enfrente estaba el hipotético rival por la --también hipotética-- segunda plaza del grupo E y, tras el pinchazo escocés en la primera jornada, era de importancia capital sumar los tres puntos como fuese, por lo civil o por lo criminal. Y el Villarreal, cómo no, eligió la primera opción, la buena, la más bonita para el espectador, principalmente porque es la única que sabe poner en práctica.

Pellegrini no dejó esta vez opción a sorpresa alguna en el once y dispuso a su equipo de gala, con permiso de Nihat --lesionado-- y Guille Franco --en la grada debido al reciente proceso febril--.

El funcionamiento del bloque amarillo se asemeja cada vez más al de las agujas de un reloj. La defensa es activa y solidaria, Senna y Eguren se compenetran a la perfección y los dos mediapuntas --Cazorla y Pirès-- son una pesadilla para la zaga rival, puesto que no se sabe dónde juegan debido a su movilidad, teniendo como aliados a dos trabajadores insaciables: Llorente y Rossi.