Un buen día, en una rueda de prensa del Levante, compareció un tal José Antonio López, un tipo dicharachero que se autopresentó como intermediario de la venta del club a un constructor llamado Jesús Serna. El tipo --a López me refiero-- dio mucho juego. No sabía ni el nombre del club, ni cuantos socios tenía y, según él mismo confirmó, no tenía ni repajolera idea de si el balón era cuadrado o redondo.

Aquello parecía de chiste, teniendo en cuenta que la deuda del club rondaba los 85 millones de euros. Pero luego, el hombre que no sabía nada de fútbol ni del Levante puso las cartas boca arriba: "Aquí hay un tema inmobiliario de por medio, con probables recalificaciones, y hemos venido a ganar dinero". Sí señor, con un par. Compran una deuda y, si sale bien, todos ganan, incluido el club. Por lo menos son sinceros y dan la cara.

Por cierto, el Tribunal Superior de Justicia de la Comunitat Valenciana decía que el informe de la administración concursal era rotundo al afirmar que si el Consejo Superior de Deportes hubiera exigido al Levante la información semestral --según exige la ley a las SAD--, no se tendría que haber permitido llegar a ese brutal desequilibrio patrimonial y posterior endeudamiento. Pero las leyes casi todos se las pasan por el forro.