Siendo como fue espectacular el partido del Barça, siendo como fue una exhibición en toda regla, el Camp Nou, en el fondo, no asistió a nada extraordinario. Lo que vio ayer su hinchada ya lo había visto en anteriores ocasiones. Al mismo fútbol irresistible e incontenible, a ese juego propio de otra galaxia, a años luz del que juegan los restantes 19 equipos de la Liga, sucumbió el Málaga con estrépito como había sucumbido antes otros conjuntos.

Seis goles, que podían haber sido 10 le cayeron al equipo revelación de la Liga, que no pasó del centro del campo, que no sacó su primer córner y no remató a Valdés, un espectador más que reía y aplaudía como los restantes 75.178, hasta que habían transcurrido cuatro minutos de la segunda mitad. Para entonces, los andaluces llevaban cuatro goles en el saco después de tres coladas vertiginosas de Xavi, Henry y Samuel Etoo (marcó 36 días después) y una jugada individual de Leo Messi. Esa imprudencia que cometieron, la de poner a prueba al meta azulgrana, les costó dos tantos más en el último arreón de un líder inigualable.

NÚMEROS HISTÓRICOS El fútbol del Barça no lo practica nadie. Y ahí radica el mérito de Guardiola. En hacer sencillo lo imposible. En convertir en cotidianas actuaciones como la de ayer. En lograr con frecuencia goleadas sonrojantes que no se repetían desde hace 40 años. Porque desde la temporada 58-59 ningún equipo había superado los 80 goles en 28 jornadas. Los de Pep suman 84. El once que dirigía en aquella campaña Helenio Herrera había anotado 88. Eran otros tiempos. A otra época corresponde el fútbol del actual Barça. No del pasado, sino del futuro. Inconcebible e inasumible para un Málaga que se marchó sonrojado. Si en la primera vuelta se vio arrollado en el fangal de La Rosaleda la noche en la que el Barça se aupó el liderato, ayer quedó sepultado bajo la alfombra del Camp Nou. La única diferencia radicó en que el balón corrió por el suelo, a una velocidad inalcanzable. No solo para sus piernas, sino para su vista.

Xavi e Iniesta tenían ayer las botas limpias y el balón siempre se movió en la dirección que ellos dictaron. Esa fue la primera clave. Cuando los dos se alían, cuando conectan, el adversario no puede replicar más que con patadas.