La Fórmula 1 lo hace todo demasiado original como para ser creíble. Pero lo es. O, al menos, eso dice su audiencia, su vitrina, su entorno, su negocio. Ahora menos, claro. Sus privilegiadas mentes, entre las que hay personas del calibre de Bernie Ecclestone (el patrón al que el divorcio le costará media fortuna), el curiosísimo Max Mosley, el trajeado Luca di Montezemolo, el rico y vistoso Flavio Briatore y el habilidoso Ross Brawn, buscaron la manera más original de celebrar el inicio del Mundial número 60 de su historia. Y lo lograron. ¡Vaya si lo lograron! Escogieron, o fue pura coincidencia, uno de los circuitos en los que suele haber más show, el semiurbano de Melbourne, y diseñaron una carrera la mar de original con salida atolondrada, apariciones del coche de seguridad, dominio de los polémicos Brawn GP --que coparon los dos primeros puestos con Jenson Button y Rubens Barrichello-- y espectacular choque final.

GANÓ MAYLANDER Y ahí estuvo el truco. Ese era el castillo de fuegos artificiales que los creativos de la F-1, el mejor anuncio del mundo, tenían reservado como final de fiesta. No iba a ganar nadie. Bueno, nadie que fuese piloto de F-1. El primer gran premio de la temporada lo ganó, a cámara lenta, a 120 kilómetros por hora, el safety car, el coche de seguridad, el Mercedes deportivo que pilota un alemán, de nombre Bernd, como Schuster, y de apellido Maylander, un caballero que posee este trabajo como pluriempleo, pues él se gana la vida conduciendo en el popular campeonato de turismo alemán (DTM).

Ganó Maylander, seguido de un intratable Button (29 años y 154 grandes premios, pero solo dos victorias y 16 podios en su carrera), del veterano Barrichello y del fogoso y magistral Lewis Hamilton. Brawn GP se convirtió así en la tercera escudería capaz de ganar en su debut. Antes solo lo habían logrado Juan Manuel Fangio con Mercedes (1954) y Jody Scheckter con Wolf (1977).

La inauguración del Mundial, el inicio del año 60 de la F-1, empezó y terminó, cómo no, con polémica. El mundo entero sospecha ya del difusor autorizado de los Brawn, que tiene contra la cuerdas a los favoritos (Hamilton, Alonso, Massa y Raikkonen) y preocupados, muy preocupados, a los ricos (Ferrari, McLaren y BMW). Siguió con polémica, porque el coche de seguridad salió tarde, reagrupó tarde y se fue despacio. Y terminó con un inmenso pero divertidísimo caos, en el que los dos previstos acompañantes de Button en el podio, los aguerridos y valientes Vettel y Kubica, chocaron a destiempo, permitiendo que Maylander saliese a pista a coronarse, a ganar.

El doblete de Brawn en Melbourne supone un fuerte golpe en el tablero de dibujo de las grandes escuderías, que buscan desesperadamente contrarrestar ese difusor. El problema es que ese truco es el último eslabón de una cadena aerodinámica creada, única y especialmente, para lograr ese efecto suelo. Así que los grandes deberán cambiarlo todo si quieren gozar de semejante efecto. No es cuestión de un detallito, de un plástico más o menos, de una aleta sin importancia. Todos están en ello y, tarde o temprano, la encontrarán.

RECURSO Claro que algunos, como Fernando Alonso, piensan que esa ventaja puede ser decisiva. "Los Brawn juegan otra Liga", dijo ayer el asturiano. "Si el 14 de abril no consideran ilegal ese difusor, pueden arrasar y ganar de calle todos los grandes premios, todos. Van a ganar el Mundial a falta de cinco carreras", dijo convencido el bicampeón asturiano.

Así que el miedo, el temor, la ventaja va en serio, es real. Puede que no se tradujese en Melbourne en una ofensa, pero Button controló la prueba sin despeinarse. En la primera vuelta, le sacó 3.9 segundos a Vettel. Ya no digamos Barrichello, el segundo de Ross Brawn, que demostró que el viejo, o nuevo, Honda es, además, irrompible: en la salida chocó con Webber y, a mitad de carrera, se estrelló contra Raikkonen y su bólido ni se despintó.