El final de temporada en Primera División promete toda clase de emociones fuertes, incluso algunas de ellas pueden hacer correr peligro el ritmo cardiaco.

Diecinueve equipos de los veinte que componen la máxima categoría se juegan cosas. Hay dos objetivos: unos pelean por estar en Europa y los otros por salvar el pellejo a toda costa. Pero todos se juegan mucho, todos excepto el Real Valladolid.

El de Mendilibar ha sido un equipo que ha dado la cara en todo momento, que cuando ha caído derrotado ha sido porque el rival atesoraba más calidad, nunca por correr más que ellos, que de eso ya se ha encargado José Luis Mendilibar, con el que no juega el que no se deja el resuello en el terreno de juego. Esta es su tercera temporada en Pucela, y tiene asegurada su presencia en la siguiente. La continuidad es básica en un proyecto, y su presidente parece que tiene muy claro ese concepto.

Quedan nueve jornadas, y escucharemos un buen número de lamentaciones, bravatas, denuncias contra los colegiados, toda una parafernalia habitual a estas alturas de temporada.

Al Real Valladolid ya le da igual. Está cómodamente instalado en la tabla, lejos del mundanal ruido, sin sueños de gloria por arriba ni riesgo de correr peligro por abajo. Ellos han sido los primeros en hacer los deberes.