Pese a los nubarrones que azotaban La Plana y el estruendo de los truenos que anunciaban una tormenta que resultó ser ficticia, la paella y mona del segundo fin de semana de Pascua y el primer domingo de comuniones en Vila-real, han podido con el fútbol.

El de Valladolid ha podido ser el partido con menos interés del Villarreal fuera de casa. La afición parece estar resignada a la suerte que pueda tener un equipo, que ya no gana ni de penalti, ni sabe marcar el ritmo dominador, ni ante un equipo que termina jugando con uno menos. Cómo será la cosa, que hasta en la página web oficial del club, se aseguran estos términos.

Y así es. Lo de Zorrilla es la demostración tangible de que Pellegrini no ha sabido marcar los tiempos en las rotaciones, ni tan siquiera motivar y estimular a quienes por edad y experiencia aún tienen mucho que decir. Descentrados y desquiciados, jóvenes sin caracter y veteranos que no transmiten ansias de victoria. Con todo, lo mejor ha sido que tras los ocho goles encajados en los últimos dos partidos de Liga y uno de Champions, se ha podido mantener la portería a cero. Y lo peor, es que un partido más, y también ya van tres, no se ha podido celebrar un gol.

Tomar decisiones debe ser complicado, tanto desde los despachos como desde el banquillo. Pero vistas tantas veces como los futbolistas con nombre se convierten en zombies del balón, ya sería hora que alguien apostara por dar paso a los canteranos. Los aficionados tendríamos algún aliciente.