Comenzó la Liga 2009/2010, una temporada en la que tan solo los dos clubs españoles inmunes a la crisis, Real Madrid y Barcelona, han tirado la casa por la ventana con contrataciones supermillonarias, sobre todo el nuevo proyecto galáctico de Florentino Pérez. El resto, como mal menor han podido decir aquello de virgencita, que me quede como estoy. La excepción, un Villarreal que es de los pocos que han logrado mejorar su plantilla con respecto a la pasada campaña sin tener que hacer un gran agujero en sus arcas. La fórmula se basa en varios puntos.

El primero, la habilidad negociadora del club, que le ha permitido que Nilmar rechace una suculenta oferta del campeón alemán, Wolfsburgo, para enrolarse en el Submarino. O, en un escalafón menor, conseguir que jugadores de futuro como Montero o Musacchio lleguen a Vila-real a pesar del interés del Madrid.

La visión de futuro de la entidad amarilla es otra clave. La inclusión de opciones de recompra asequibles es otro de los aciertos de la política del Villarreal. Ya salió a las mil maravillas con Cazorla --que se fue al Recre con billete de regreso al Submarino-- y ahora el club espera repetir con Fuster, recomprado al Elche.

Y, por último, recoger lo sembrado en la auténtica factoría de talentos que es la Ciudad Deportiva. Pensar a largo plazo es lo que el Villarreal le permite ahora disponer de un delantero como Jonathan Pereira a coste cero o tener en la recámara a jóvenes muy válidos para tapar huecos durante la temporada: los Kiko, Matilla, Joan Oriol o Marcos Gullón hacen que la plantilla sea mucho más profunda que 22 jugadores.