Saben que, herido el campeón de campeones, no hay otro como él. Saben que es el mejor, el ganador, el líder, el heredero, el mejor imitador del mejor de todos los tiempos, su profeta en el asfalto. Lo saben pero nadie puede evitar que gane. Gana solo o acompañado. Gana en Silverstone o en Assen. Gana, gana y gana. Y, cuando no gana, como ocurrió en Qatar (a donde acudió víctima aún de las secuelas de su lesión de pretemporada) o en Mugello (donde vivió desconcertado la lesión del dios Rossi) acaba segundo.

Jorge Lorenzo tiene solo 23 años y ya huele a Doctor. Más o menos como el pequeño Marc Márquez, que ayer logró, en la catedral de Assen, su tercera victoria consecutiva en 125cc. Lorenzo ganó de principio a fin. Y lo hizo con Dani Pedrosa y Casey Stoner, los otros dos magníficos, pegaditos a su colín, pero sin poder cogerle. Empezaron juntos pero, a mitad de carrera, Lorenzo apretó los dientes y se fue, se fue. Y acabó sumando su novena victoria en MotoGP en tres años.

Cuando le dicen que las carreras no son divertidas, él dice que cuando Rossi ganaba como él, nadie se quejaba. “Y cuando Pedrosa me metió un repaso que no veas en Mugello, no oí queja alguna”. Lorenzo dice que no piensa correr a la defensiva. “Yo amo demasiado las carreras, el espectáculo, la lucha, como para dejar de disfrutar, de vivir, cada segundo de gran premio con pasión”.

Lorenzo celebró su cuarta victoria clavando su bandera pirata en la arena de Assen. Y lo hizo caminando como un robot. Y, luego, pidió a todo su equipo que le firmase un Jabulani, el balón del Mundial. “Este hat-trick es histórico y quiero tener un recuerdo imborrable de él”., comentó el piloto español. A esa hora, Rossi ya había apagado su televisor y seguido con su recuperación. Ya tiene heredero. Y lo sabe. H