Juan Carlos Garrido y sus chicos continúan conspirando contra el duopolio liguero de Real Madrid y Barcelona. A la confabulación por la pugna en la clasificación se ha añadido la batalla por ofrecer el mejor fútbol de la competición doméstica. Hasta tal punto, que es un lujo sentarse en El Madrigal para saborear el arte de los amarillos, lo cual ha convertido el recinto groguet en la Scala de Milán de la Liga. El Villarreal continúa bordando el fútbol y ganando a partes iguales... salvo en el paréntesis de Alicante, debido al desastroso arbitraje protagonizado por Muñiz Fernández.

El Villarreal afrontaba el primer test contra uno de los rivales considerados, a priori, como directos rivales en la pugna por las plazas europeas. Llegaba el Atlético a tres puntos de los amarillos y el estadio presentaba el aspecto de las grandes ocasiones con un casi lleno en las gradas en un partido que se jugaba a las nueve de la noche, televisado además. Garrido demostró, una vez más, que lo tiene muy claro. La lógica presidió nuevamente sus planteamientos y la composición del once. Adivinar la alineación del Villarreal, como sucede con los grandes equipos, se ha convertido en una tarea muy fácil para cualquier de los 21.000 abonados del club. Se caen los sancionados Borja Valero y Musacchio respecto al once que jugó en Alicante, pues entran Cani y Marchena. Sencillo y previsible. Tanto como saber y adivinar la filosofía del juego del groguet power.

Los pilares que sostienen a este Villarreal que coquetea con Real Madrid y Barcelona en las primeras ocho jornadas, se mantuvieron firmes. El primero, sin duda alguna, la fiabilidad defensiva.