Bella manera de resurgir. Mejor victoria, imposible. Mejor fin de semana, impensable. Mejor serie, inalcanzable: tres visitas a Estoril, tres poles y tres victorias. Jorge Lorenzo, ya campeón, relajado, vestido de astronauta, logró ayer su octavo triunfo de la temporada (Xerez, Le Mans, Silverstone, Assen, Montmeló, Laguna Seca, Brno y Estoril).

Y lo hizo derrotando a Valentino Rossi. Y lo logró, superándole en la frenada de final de meta. Y lo consiguió después de vivir seis grandes premios manejando su calculadora para poder coronarse rey de la máxima cilindrada.

Y, como no tenía suficiente con esa celebración, va y suma para el motociclismo español el podio 1.000. Luego vendría Marc Márquez con el 1.001. Y Nico Terol, con el 1.002. “Lo hubiera podido conseguir cualquiera de ellos ¿verdad?”, se preguntó Jorge Lorenzo.

La carrera portuguesa llegaba tras seis peleas duras en las que, cierto, el peor resultado fue dos cuartos puestos (Alcañiz y Motegi), pues hubo medallas de plata (Misano y Phillip Island) y hasta dos bronces (Indianápolis y Sepang). Entre medio, hubo un título mundial, el más grande de todos.

Como Lorenzo oyó decir por ahí, por el paddock, que había bajado la guardia, llegó a Estoril y decidió marcar territorio de nuevo. Y lo hizo en el peor gran premio de la temporada: entrenamientos bajo la lluvia y carrera en seco. Había que ser muy valiente para arriesgar sin saber qué había delante ni cómo estaba la moto. “Pusimos lo mismo del año pasado y palante. Fue cosa de apretar los dientes y ganar. No había otra”, dijo. H