Anoche no estaba delante el Bayer, ni el City, ni tampoco el Napoli o el Barça o el Real Madrid. No, el rival era un modesto equipo de la Segunda B española con un presupuesto de apenas un millón de euros. El Villarreal alineó a su equipo de gala, un once plagado de internacionales absolutos. No había excusas para que el Madrigal viviera una de las humillaciones más sangrantes de la historia del club. Y eso que el 0-2, igual que el 1-1 de la ida, no hizo justicia de lo acontecido en el campo, porque el resultado debió ser más abultado.

Garrido, hasta en su última noche en el banquillo del Madrigal, siguió dándole vueltas y vueltas a la probeta en busca de un elixir que devolviera al Villarreal la juventud perdida. Anoche, a diferencia del partido de ida en Miranda de Ebro, alineó lo que se podría denominar el once de gala, salvo la presencia de César en la portería en lugar de Diego López. Todos los jugadores con más enjundia del plantel fueron titulares y cada uno de ellos estuvo en su sitio. Todo lógico, todo normal, ningún experimento raro. Fuera de la citación, eso sí, se quedó Castellani, con quien había contado en los dos últimos compromisos, igual que Mario y Marchena, este último condenado al ostracismo absoluto.

Los aficionados del Madrigal debieron pensar durante la primera parte que sufrían daltonismo. El equipo que dominó el partido y generó las ocasiones de gol iba vestido de rojo. Los jugadores que estaban agazapados en su campo y salían con lentitud a la contra portaban camisetas amarillas.

PENALTI... Y CÉSAR // Al Villarreal le bastaba con el 0-0 para superar la eliminatoria. Y ese fue un gran consuelo. Y eso que a los seis minutos un claro e inocente penalti de Ángel a Alain estuvo a punto de armar un dos de mayo en el Madrigal, pero el propio protagonista de la acción por parte del Mirandés chocó con un César Sánchez felino e intuitivo que detuvo la pena máxima.

El conjunto burgalés jugó con un desparpajo impropio y puso en entredicho a un Villarreal timorato, errático y que ahora mismo parece necesitar un psicólogo más que otra cosa. El Mirandés propuso un fútbol rápido, efectivista y sin misterio alguno, con un plus de competitividad que ahora mismo no existe en el equipo amarillo. El Mirandés se plantó en el Madrigal como si fuera el Bayern, el City o el Napoli. Pero no era la Champions, se estaba jugando una eliminatoria de dieciseisavos de final de la Copa frente a un oponente de dos categorías menos y con un presupuesto de apenas un millón de euros por los 74 millones del Villarreal.

Mientras el Mirandés a lo suyo. Siguió dando un baño en toda regla al Submarino más triste, apático, roto y hundido anímicamente de la última década. Hasta tres ocasiones claras de gol y un penalti no señalado en el inicio de la segunda parte de Ángel a Barahona marcaron la insultante superioridad de los burgaleses sobre un Villarreal empequeñecido hasta la humillación, antes de que Pablo lograra el 0-1. Los amarillos no remataron ni una vez entre los tres palos hasta el minuto 67, con un cabezazo de Bruno que se estrelló en el larguero.

O-2 Y ROJA A MUSACCHIO // Otra vez Pablo, ya al borde del tiempo, volvió a dejar en evidencia a los amarillos. Al 0-2 siguió la expulsión de Musacchio --no jugará en Liga ante el Valencia-- por agredir al bigoleador de la noche. Un final penoso para la noche más triste de Juan Carlos Garrido en sus 13 años en el Villarreal. H