El 17 de junio de 1987, el Castellón estrenaba campo. El nuevo Castalia nacía para satisfacer la demanda de una ciudad y de un equipo que se asomaba a Primera División y, de hecho, apenas dos años después, veía el último ascenso a la élite de los albinegros. Veinticinco años después, Castalia ha celebrado en silencio sus bodas de plata, rodeado de telarañas, suciedad y la dejadez más absoluta, fiel reflejo de la situación del club, que puede ver firmada su sentencia de muerte, por parte de Castellnou2005, en apenas unas pocas semanas.

Castalia ha vivido de todo. Es un campo recordado aún por su dificultad para ganar en él. Un cuarto de siglo dan para mucho, para dos ascensos y tres descensos (uno administrativo), para que la selección haya jugado en él dos veces y para ver perder al Dream Team del Barcelona, pero también para que haya sido clausurado varias veces, para haber asistido a una huelga... El problema es que el futuro no invita, precisamente, a reverdecer no los laureles, sino el brillo de su césped.

HISTORIA // El primer gran campo del Castellón fue El Sequiol, con capacidad para 6.000 espectadores. Con el ascenso a Primera en 1941, las autoridades empezaron a barruntar la opción de construir uno nuevo, estadio que sería una realidad el 4 de noviembre de 1945: había nacido Castalia.

Otro ascenso a Primera, en 1981, disparó la reivindicación de un estadio nuevo. Distintos problemas con los terrenos y la ubicación motivaron un cambio de planes: en 1986, se optó por la remodelación total de Castalia, cambiándolo de ubicación (norte-sur, en vez de este-oeste, eliminando las pistas de atletismo). Se tomó como modelo el Mini Estadi del Barcelona, aunque al contar con barreras (la piscina cubierta y la calle Huesca), obligó a modificaciones, con lo que el presupuesto creció de 360 a 500 millones de pesetas. El 17 de junio de 1987, el nuevo Castalia veía la luz.

MODIFICACIONES // En estos 25 años. Castalia ha sufrido algunos cambios, aunque sin cambiar la esencia del mismo. Si bien el aforo inicial fue de 15.000 espectadores (todos sentados), se incrementó a 17.000 cuando, con motivo de un partido contra el Barcelona en la Copa del Rey (1988), se eliminaron los asientos de los goles bajos y una fila de preferencia. Crecería hasta los 18.000 a la temporada siguiente, de regreso a Primera, con dos filas de asiento en la parte superior de los goles y preferencia. La última metamorfosis también fue fruto de un ascenso (2005, a Segunda A). Se bajó el terreno de juego tres metros para recuperar la visibilidad de las filas inferiores de todo el anillo, dejando el aforo en 14.500.

La modernización de Castalia es un tema pendiente. Aunque es un estadio relativamente joven, la huella del tiempo y su propia estructura obligan a algo más que un lavado de cara, pero la situación ha ido demorándolo. Es más, en las elecciones municipales del 2007, los dos principales partidos políticos abanderaron sendas propuestas para construir un nuevo recinto que, incluso, triplicaba el tamaño del actual. Eran otros tiempos más boyantes económica y deportivamente hablando (parecía que el Castellón crecía ya había echado raíces de nuevo en Segunda A), pero aquello acabó guardado en un cajón.

La imagen que Castalia ofrece ahora no es la que se desprende de la lozanía propia de los 25 años. Es un estadio obsoleto, ajado y sucio pero, lo que es peor, un estadio sin fútbol, que ve cómo su inquilino puede morirse. Sí, siempre será un símbolo, no solo futbolístico, sino también de la ciudad, pero hasta los monumentos más significativos necesitan vida, emociones y sensaciones, para no parecer un ingente bloque de hormigón y plástico... H