Paciente, responsable y ambicioso, Cesc Fàbregas siempre ha sabido esperar su momento. En Viena, marcó el penalti decisivo que abrió el camino de la gloria en el 2008. En Donetsk, metió a España en la final. El delicioso susurro de Cesc funcionó otra vez.

Todo tenía que ser igual que aquella noche de cuartos de final hace 4 años en Austria. Entonces, Luis Aragonés apuntó en una libreta los nombres de los elegidos, miró al jugador catalán y le gritó: “¡El último lo tira usted!”. No falló.

El miércoles fue diferente. Del Bosque y su ayudante Paco Grande le apuntaron el segundo en la lista. Error. Nada podía ser diferente. “No míster, que no. Quiero tirar el quinto”, propuso Cesc con contundencia. “El quinto, el quinto”, insistió. “Accedimos porque es uno de los jugadores con más seguridad. No íbamos a discutir por eso”, explicó Del Bosque. Y llegó el momento decisivo, repitiendo el mismo proceso que en Viena. “No me falles, ayúdame a llegar a la final. Tenemos que hacer historia juntos”, le soltó Fàbregas a la pelota. Y surtió efecto. H