Cuatro años se cumplieron ayer desde que Casillas levantara en el Prater de Viena la Eurocopa, y hoy la selección española vela armas para disputar de nuevo el título continental en un último asalto mañana contra Italia, el rival con el que debutó el día 10 en Gdansk y contra el que entreabrió la puerta en el 2008 para entrar en un ciclo glorioso que puede ampliarse hasta un logro que nadie ha conseguido. Todo ha cambiado desde que Luis Aragonés, después de una fase de inseguridad con los problemas y altibajos de siempre (España se clasificó en la repesca para el Mundial del 2006 y cayó en octavos con Francia) vio la luz.

Lo decía Aragonés días antes de que la selección viajara a Polonia. “Como nuestra condición física de base no daba y nuestra condición técnica de base sí, había que apostar por la posesión el balón y contar con los jugadores más técnicos”, recordaba quien después de cargarse de razón tuvo que dejar la dirección de la selección con mala cara y peor humor. Antes de acabar el torneo ya tenía sustituto, Del Bosque, que ha enriquecido el legado recibido hasta llegar a este punto en el que La Roja sigue siendo el primer referente futbolístico mundial. Para sus incondicionales y para sus detractores, que también los tiene.

XAVI, AL MANDO // Y todo empezó por dar el mando a Xavi tras haber prescindido de quienes habían enturbiado la convivencia del grupo, con Raúl a la cabeza. El cerebro también ha revivido las vivencias de entonces con un agradecido recuerdo a Aragonés. “Ha sido fundamental en mi carrera. Me dio el mando en la selección cuando no lo tenía en el Barça. Si fui el mejor de la Eurocopa fue por él”, afirma Xavi, que llegó a Austria después de sentirse maltratado por Rijkaard. “No creía en mí. Quería que nuestro juego tomara una dimensión física porque estimaba que ese era el único medio de luchar con los mejores equipos europeos. Hace cuatro años yo era pésimo, inútil, el cáncer del Barça. Un jugador de 1,70 era imposible”, declaró Xavi en L’Équipe. Acabó como mejor jugador de la Eurocopa y se le abrió también en el Barça una etapa memorable. Los bajitos del tiqui-taca crecieron en uno y otro lado.

Del Bosque fue a Sudáfrica con ocho novedades respecto a la lista de Austria, y a Polonia llegó solo con tres debutantes en un gran torneo -Alba, Juanfran y Negredo- más el repescado Santi Cazorla. Pero, más allá de los números y de demostrar que el doble pivote es mucho más que un mecanismo de seguridad, ha logrado en esta etapa que la selección tome conciencia de equipo muy grande, de esos que también responden y ganan aunque en un momento dado no puedan salir a pasear con sus mejores galas. Italia es su última prueba para seguir haciendo historia. H