Llegó Fabian Cancellara. Se hizo el silencio en las calles de Lieja, bulliciosas, entregadas al amor del Tour y al cariño al ciclismo, centenares de miles de personas, caravanas desde Luxemburgo, desde la Bélgica interior y desde la cercana Holanda. Partió el penúltimo porque el honor de cerrar el prólogo le correspondió al australiano Cadel Evans, como último vencedor. Vio el ciclista suizo el recorrido, apenas 6,4 kilómetros, y puso el motor de sus piernas a una bicicleta sobre la que en el pasado se discutió si llevaba o no unas baterías escondidas. Ayer, hoy y siempre las habría reventado con su potencia. Rodó al impresionante ritmo de 53,2 kilómetros por hora. Y nadie en el país de los belgas se extrañó cuando se vistió de amarillo.

Fue algo más que una victoria, más que una recompensa, porque significó muchas cosas, personales y públicas. En un Tour que rueda aparentemente sin un patrón claro, aunque con Bradley Wiggins mostrando sus cartas ganadoras desde el primer kilómetro (segundo a tan solo 7 segundos del suizo), era necesario que Espartaco -así lo apodan- Cancellara retornara al primer plano del ciclismo mundial, después de la brutal caída que sufrió en abril durante el Tour de Flandes. “Me estalló la clavícula y costó mucho recuperarme”, así lo dijo todavía exhausto tras cruzar la línea de llegada. Y luego, más tranquilo, aunque con el sudor cayendo de su frente, expuso algo más que la alegría y un mensaje a su equipo. “Esta victoria es para mi mujer, que es la que me ha dado fuerzas para recuperarme y para el equipo por todo lo que ha pasado”.

CONJUNTO REVUELTO // Cancellara siempre ha sido hombre de confianza y amigo de los Schleck. Por ellos dejó el Saxo Bank en el 2011 y se integró en el proyecto Leopard, impulsado por un mecenas multimillonario luxemburgués. Sin embargo, la aventura duró solo un año. La falta de liquidez obligó a fusionarse con el RadioShack, el bloque de Johan Bruyneel y, por supuesto, de Lance Armstrong, su creador. Y aquí comenzaron los problemas. Los Schleck jamás se entendieron con Bruyneel. Los triunfos no llegaban. Solo accidentes y caídas, como la de Andy, que le ha privado del Tour de Francia. Y, encima, como es tradicional, asomaron las sospechas de dopaje hacia el ciclista estadounidense, qué casualidad, cuando la ronda francesa calentaba motores. Bruyneel tuvo que renunciar a dirigir al equipo durante el Tour, una tranquilidad para Frank Schleck y para Cancellara, que hizo lo de todos los años: ganar el prólogo, ayer por quinta vez.

Explotó Lieja de júbilo al ver a Cancellara, pese a no ser belga, en el podio del Tour, de una ronda francesa que, de hecho, ha empezado sin sorpresa. Wiggins realizó su papel ejecutor, el que lleva haciendo desde principio de año, Evans no estuvo ni bien ni mal. Y los ciclistas llamados a destacar en la montaña, para ser bondadosos, estuvieron discretos, ejemplificado el caso en las figuras de Alejandro Valverde, Samuel Sánchez, Ivan Basso y Frank Schleck. La excepción la marcó Vincenzo Tiburón Nibali, el mejor entre los escaladores en el primer día de un Tour sin Alberto Contador. H