Marcelino es bajito, no habla inglés, no viste Armani y encima es asturiano. Cuando se explica se le entiende y no acude al estudiado recurso de complicar el lenguaje para parecer más sabio y más entendido al interlocutor. Pero el sábado le dio una lección de cómo se trabaja un equipo de fútbol no solo a Ancelotti, sino al planeta fútbol.

Fernando Roig no es un hombre de demasiado boato y posiblemente peca para mi gusto de un exceso de sobriedad en la proyección de su obra. Siempre mira de frente a los ojos y quizás en ocasiones debiera ser más político en su mensaje. Si, todo es posible o no, eso son opiniones, pero el sábado el presidente del Villarreal mostró la diferencia entre formar equipos de fútbol o gastarse millones y millones en coleccionar cromos de estrellas del balompié.

Al Villarreal le conovocaron, yo creo que sin invitación, a la fiesta del coleccionista de cracks, que presentaba al mundo al último extraterrestre/galáctico/marciano o como quieran llamarlo. Medio planeta fútbol se sentó delante de la televisión para ver al Real Madrid y acabó alucinando con el equipo de un tal Marcelino y de un presidente que se había metido entre pecho y espalda un partido de juveniles y otro de Segunda B antes de acudir al Madrigal, acompañado de Llaneza y Roig Negueroles, dos tipos que tampoco destacan por su habilidad para las relaciones públicas o su simpatía y que tampoco tienen pinta de ejecutivos de alto copete. Ni pienso que les importe demasiado. Eso se llama pasión por su trabajo.

En China, probablemente esperaban ver las exquisitices del glamuroso Cristiano, el porte de Bale, un galés que costó 100 millones o las filigranas de los millonarios fichajes como Isco o Modric, por citar a algunos. Y acabaron viendo a Manu Trigueros, un chico con cara de niño bueno que ayer pasaba desapercibido como un joven más de su edad en un restaurante de la playa de Benicàssim, donde comía al lado de sus padres un entrecot y una botellita de agua mineral. O a Bruno, que se paseaba por las calles de Artana con sus amiguetes de toda la vida mientras espera que mi admirado Del Bosque no cometa más frivolidades como la de citar a un chico sin apenas experiencia en Primera como Nacho o a un futbolista de mucha menos categoría como el atlético Mario, pero la misma cuestión se le podría recordar a Alejandro Sabella, porque dudo que en Argentina exista un central como Musacchio. Y alguno se volvió a acordar de Magic Cani. Para colmo, Diego López, sin hacer ruido pero chillando a los interesados sabios del Bernabéu que Iker es bueno, pero él también es un porterazo, aunque juegue siempre sus cartas por encima de la mesa y no debajo de ella. Pero por delante de todo, insisto, el gran triunfador fue el Villarreal como equipo.

Es complicado encontrar tal riqueza táctica. Yo no me atrevería a encasillar al Villarreal en un estilo determinado. Este grupo de Marcelino brilló el sábado por la noche por su fútbol elaborado y la calidad del toque-toque. Otras veces sorprendió por un contragolpe mortal a velocidad de vértigo. Peligro por bandas y en juego interior y si la ocasión lo requería: balón largo. Para los científicos, el sistema de ingeniería de las coberturas defensivas rozó la perfección, igual que la coordinada presión al poseedor del balón. A los de provincias nos gusta que este equipo del asturianín tenga hambre y corra que se las pele. Y lo más importante, estamos orgullosos de este Villarreal sin glamur, pero con muchos... Ustedes ya me entendieron. Pero no saquemos pecho y recuerden que también llegarán malas. Les echaba de menos. Volvemos a la carga. H