Si el Villarreal rescató algo positivo de su paso por Segunda, es la complicidad con su gente. Como ya pasara el año pasado en Murcia, Alcorcón y Barcelona o este año en Elche, el domingo el campo rival tenía más de un pedacito de su estadio teñido de amarillo.

El Ciutat de València albergó la presencia de 1.600 fieles y el equipo salió enchufado. De hecho, de esa esquinita amarilla se fabricó la jugada del penalti que transformó Bruno. Desde entonces, el partido fue de los de Marcelino y le permitió al Villarreal sumar los tres puntos. El talismán de la afición a domicilio siempre hace puntuar al Villarreal. Los desplazamientos masivos de los groguets acostumbran a tener un feliz regreso.

En Murcia, el córner de la Condomina hizo empezar a creer que se podía conseguir el ascenso con el empate de Manu. El fondo de Santo Domingo vibró con los tres goles ante el Alcorcón. Barcelona se convirtió en un Madrigal a distancia y el equipo goleó.

Este año nada ha cambiado, la afición viaja y el equipo suma. Un círculo que no debería cerrarse nunca, retroalimentación vital entre los jugadores y una grada que se viste de amarillo y trae suerte. H