Apareció la luna en la grada del Etihad Stadium pero muy pronto se apagó. Era una luna virtual, artificial, un mosaico y una canción (Blue Moon, el simbólico himno del City) combinados que desaparecieron en cuanto empezó el partido. Con el paso de los minutos, en la oscuridad de Manchester, acabó amaneciendo. Y salió el sol, como cada día. El astro. Con una carrera iluminó al Barcelona y cegó al City de Pellegrini, alumbrando el futuro desenlace de la eliminatoria estrella de los octavos. Virtualmente sentenciada con un destello de Alves, una bombilla de bajo consumo que dio la máxima luz al cabo de una hora y media.

El partido de los grandes goleadores de Europa resultó un frustre porque el esperado pimpampún, quimérico en el fútbol de élite, no existió. El miedo al rival guardó la portería propia, y eso se vio al minuto, confirmándose la intuición que brotaba de la alineaciones: los dos técnicos pusieron un centrocampista más a costa de un delantero. Por un lado el Barça se defendió con el balón, y el City con jugadores.

“COME ON, CITY” // Cinco disparos mal contados en el primer tiempo entre ambos desmintieron el espíritu ofensivo anunciado por los técnicos, especialmente en el caso de Pellegrini, cuya renuncia a tomar la iniciativa, jugando en casa, resultó escandalosa. Hasta el primer cuarto de hora, la grada había cantado en dos fases “Come on, City, come on, City”, instando a los muchachada a salir de atrás.

Ni en las peores etapas celestes habían visto a su equipo tan reculado, ni siquiera en el recordado paso por el Bayern esta temporada; el dominio alemán aquel día fue una tortura porque perseguía un fin sanguinario. Anoche, lo del Barça no fue un tormento, sino el dominio entendido como una costumbre, un signo de afirmación consistente en negar la participación del otro. El “Come on City” volvió a ser cantado a tres minutos del final, cuando una piedra lanzada sobre el área del Barça y un intento de cabezazo del bosnio Dzeko derivó en un córner ilusionante.

ESPERANDO LA VUELTA // Nadie pareció disconforme con ese planteamiento general -el City se conformaba con mantener la vida hasta la vuelta y al Barça no le importaba esperar hasta el Camp Nou-, así que unos y otros convinieron que continuarían igual a no ser que alguien se equivocara y marcara un gol. Ninguno de los dos equipos miró la portería, enfrascados, obsesionados, con mirar solo la pelota; en realidad, miraba el Manchester City, porque la pelota andaba de pie en pie de los azulgranas.

El acierto de Messi, producto de varias equivocaciones, todas del City, produjo tan catastróficas consecuencias en el cuadro local que dio por bueno su digno fallecimiento: falló Navas, que quiso forzar una falta en el centro del campo, estuvo despistado Zabaleta por no brindar una cobertura a su compañero y se mostró lento y osado Demichelis, que se creyó capaz de competir en velocidad con un Messi encaraba por primera vez la portería del guardamete Hart una hora después de saltar a la cancha.

OLER LA SANGRE // Leo olió la sangre y fue otro a partir de ese momento. El Barça sumaba un jugador más y el City ya lo había perdido con la expulsión de Demichelis, Messi se dio cuenta de que un poco de presión sobre Kompany y Lescott, incluso sobre Zabaleta, reportaría más oportunidades. Mientras que los defensas del Barça son capaces de dar pases con un rival encima, los del City sufren una barbaridad. Encima, ayer no dieron pases ni los buenos, negados por su propio entrenador. Navas ni la rascó, Negredo descargó todas las salidas desde atrás de sus compañeros convirtiendo melones en sandías, más redonditas, y solo brilló Silva, magnífico, un cisne entre patos. Sin el balón, ni siquiera se vio al temible Touré.

Sí se vio a Cesc Fàbregas y a Piqué, excelentes en su regreso a Inglaterra, jugando con el cuerpo y apelando a la fuerza, en esos balones divididos que antes siempre acababan en pies ajenos. El Barça tiene pie y medio en cuartos. H