Hemos estado en los más alto y ahora estamos en lo más bajo”. La frase lleva la firma de Andrés Iniesta, el jugador que se hizo eterno en Johannesburgo hace cuatro años con el gol que dio un Mundial. El mismo que abandonó Maracaná mordiéndose la camiseta roja, con el alma desgarrada, mientras Iker Casillas se quitaba los guantes con una tristeza infinita, asumiendo que su adiós -y el de España- obliga a emprender una dura, larga, costosa y, además, muy precisa y necesaria renovación.

El campeón que perdió el trono más rápido que nadie (en seis días de Mundial encajó dos derrotas, siete goles... y solo marcó uno de penalti, que no era) se ha quedado, además, sin su gran tesoro: su idea futbolística. En España, todo cambia ahora a una velocidad de vértigo. Nada es lo que era hace solo una semana. Ni siquiera la selección, enviada al abismo por una suma de factores que se tornaron irresolubles. La imagen de Xavi Hernández, el alma ideológica del equipo, sentado en el banquillo frente a Chile como si fuera una reliquia, retrata el dramatismo de la dolorosa caída.

EQUIPO AGOTADO // Los jugadores del Barcelona, la esencia de la España campeona, llegaron muertos tras dos años de decadencia sin fin desde que la marcha de Pep Guardiola. Los del Real Madrid llenos de gloria, con el estómago lleno, tras conquistar la Décima. “Es más importante ganar la Décima que el Mundial”, llegó a decir Casillas antes de volar a Brasil. Los del Atlético, mientras, destrozados físicamente, exprimidos en una durísima temporada por el Cholo Simeone, con Diego Costa convertido en un 9 inoperante: dos partidos jugados de titular, dos sustituidos, cero goles.

El éxito desgasta. Seis años de éxito, todavía mucho más. Ayer, mientras llovía a mares en Río de Janeiro, España se subía al avión camino de Curitiba para agotar cinco inútiles días más en Brasil. Hechos una piltrafa. Consumidos por el calendario (una liga de locos, con más equipos que en ningún otro lugar), devorado el juego por la industria (la federación convirtió la estrella de campeona en un negocio, llevando a la selección a una preparación más comercial y sumamente rentable que deportiva (partidos en Catar, Guinea Ecuatorial, Suráfrica, EEUU), convertidos así los jugadores (720.000 euros tenían de prima por ganar el Mundial, el doble que cualquier otro país) en grandes privilegiados. El balón dejó de ser lo más importante.

EROSIÓN EN EL GRUPO // El grupo, además, dio claros síntomas de erosión. La derrota hace un año ante Brasil en la final de la Copa Confederaciones (3-0) no se descodificó correctamente. Un accidente, se dijo entonces. Era, en realidad, el síntoma de lo que estaba por llegar. Hasta en eso se parece al Barça, que no leyó con precisión el mensaje del 7-0 del Bayern. Ni en su momento, retrocediendo dos décadas, aquel 4-0 del Milan de Fabio Capello al Dream Team de Johan Cruyff.