De negro, como resulta obligatorio y tradicional en todo funeral, se vistió ayer España en Curitiba para marcharse de Brasil. De negro mientras se escuchaban tacones lejanos de lo que un día fue esta selección en su ceremonia fúnebre, con los símbolos sentados en el banquillo (Casillas y Xavi), las nuevas alternativas arrinconadas (Diego Costa, titular en los dos partidos) y Del Bosque, tal vez, quién sabe, si en su último partido, decidió enviar a Villa a la banda izquierda.

Al rincón donde descubrió la gloria hace cuatro años en Sudáfrica. Desde ahí asomó feliz y aliviado al encuentro de la pelota para firmar un taconazo exquisito, el mejor póster para despedirse de España. Luego, cuando lo cambiaron, rompió a llorar. A lágrima viva, tapándose la cara, ocultando su pena. Lágrimas en el funeral de la campeona.

Ganó la selección ante una voluntariosa Australia con una selección irreconocible (Reina, titular por vez primera en sus tres Mundiales, Busquets también de suplente como Piqué y Cesc, los rebeldes que no le han gustado al técnico). Había más jugadores del Atlético en el once inicial (Juanfran, Koke y Villa) que del Barça (Alba e Iniesta) y del Madrid (Ramos y Xabi Alonso).

Vuelan para casa con la estrella en el pecho y el recuerdo de lo que fue. El presente ya no existe. Y el futuro, incierto.

España ha dejado de tiranizar el fútbol mundial. Torturaban en Curitiba a los jugadores de Del Bosque con un grito tan cruel como real: “¡Eliminados, eliminados!”. España despierta ira.

NO ERA HAMBRE, ERA FÚTBOL // Al problema de España en este Mundial le llaman falta de hambre, pero, en realidad, es falta de fútbol. Dicen que es un tema de motivación cuando lo que ha ocurrido es que ha dejado de jugar. Aseguran otros que es un asunto de entusiasmo, pero lo que le ha sucedido en Brasil es que vino y no compitió, algo intolerable para un grupo que había hecho de la fiereza competitiva y exigencia su bandera.

Entre tanta depresión, malas caras, egoismos y reproches cruzados, y bajo un calor casi mediterráneo por un día en Curitiba, España tuvo un último relámpago. Iniesta pensó un pase que no existía. Uno realmente imposible a Juanfran. Se tomó el tiempo y la calma necesaria para que Villa, como si estuviera aún en Sudáfrica, abandonara esa banda izquierda para marcar de tacón.

¿Cómo dialogó Villa con la pelota? Con un taconazo delicioso se marchó el Guaje, el mejor goleador de la historia de España: 59 tantos en 97 partidos. Pero Iniesta no tenía bastante y decidió inventar otro pase celestial para que Torres marcara.

Goles, los de Villa, Torres (la delantera de España en el 2006, quizá otro síntoma de los problemas) y Mata -que se sumó a la fiesta anotando el tercero- eran, en realidad, como puñaladas en el corazón de la selección.

De blanco empezó en Salvador de Bahía (Holanda) y salió España mancillada, de rojo auténtico entró en Río para sufrir el Maracanazo (Chile) y de negro se fue ayer. De Brasil solo quedará el recuerdo de las lágrimas de pena y aquel taconazo de Villa. H