Casualidad o no, cuando acabó el partido en Granada en Vila-real retumbaban las explosiones de las carcasas y la pólvora del castillo de fuegos que ponía el final a las Fiestas de la Mare de Déu de Gràcia. Precisamente, lo que faltó en el Nuevo los Cármenes, la chispa en el juego y la explosión en la pegada. Claro que el de ayer no fue un partido de artificios (más bien de bostezo para el espectador), porque fue un partido a medias. Jugado por unos, los groguets, mientras otros esperaban el golpe de suerte o la jugada a balón parado. Porque al Villarreal, motivado por las bajas, le faltaban hombres claves y tiró de fondo de armario, en una apuesta arriesgada, atrevida, valiente o preventiva, por el compromiso europeo, con un equipo con jugadores debutantes y marcados por la juventud (la media de edad no llegaba a los 22 años y medio).

A pesar de todo, llevaron el partido, tocaron y lo intentaron; sin acierto o con falta de descaro en el remate desde fuera para romper el muro local de Caparrós. Se suma un punto que sabe a poco, aunque sin dramatismos. De momento, el que triunfa es el modelo Villarreal, con siete jugadores de la casa, con un Adrián Marín, al que no hay que perderle la pista, y con un Bruno que bien merecía los tres puntos para celebrar sus 300 partidos oficiales. Y todo contra la ONU de un Granada especulativo tanto en el juego como en la gestión de club. H