Demasiado cara, carísima, fue la semifinal de ayer. Un sueño luchado. Mucho trabajó el Submarino para cerrar todas las escotillas de la tormenta blaugrana. Mucho esfuerzo, y en eso nunca escatima Bruno. Mala caída en la entrega por evitar el remate del rival dentro del área. La nave sin timonel, sin periscopio y que deja un interrogante largo para la larga travesía que queda.

Después cayó Jonathan dos Santos (otro cambio) y Mario acabó tocado. El Villarreal no pudo representar la totalidad de su guión en el Camp Nou. Siempre condicionado, siempre contra las adversidades en el duelo contra uno de los transatlánticos de la Liga, y con Alejandro Hernández Hernández, el árbitro, apuntándose al sigan sigan para els groguets --excepto en el córner previo al descanso que les negó--. Por lo menos bajó la inspiración para iluminar a Sergio Asenjo en la parada del penalti a Neymar, igual como antes había dirigido el potente trallazo de Trigueros (lástima que la alegría del empate, igual que el 1-2 en el partido de la Liga, duró un minuto).

Es lo que queda, encomendarse a la esperanza del gol de Manu y soñar con la pronta recuperación de los lesionados. La Copa sale cara, está más que complicada, pero el Madrigal no es ninguna perita en dulce para el Barça. Y ahí deben jugar los futbolistas y la afición. Lo posible (el sueño de la final) solo es posible si se persigue y se lucha lo imposible. H