Sobre el podio se mostró mucho más tímido que en carrera. Mikel Landa se sentía extraño en un territorio reservado a los campeones pero al que todavía no está habituado pese a las dos victorias de etapa logradas en este Giro, en dos de las jornadas más complicadas de la prueba, en Madonna di Campiglio y en Aprica, tras el Mortirolo.

Al lado de Alberto Contador quiso mantener la distancia, frío, porque su relación con el corredor madrileño no ha sido para lanzar las campanas al vuelo en este Giro. Landa se molestó por el marcaje que la maglia rosa le realizó en la etapa de Cervinia, el viernes pasado, cuando no le permitió ningún movimiento y dejó partir a Fabio Aru, segundo ayer en Milán, en busca de la gloria ante sus paisanos italianos.

Junto a Contador como tercero del Giro, Landa se reivindicó como el abanderado de la nueva generación de ciclistas españoles, el líder de los alumnos que crecen como corredores a la estela no solo de la maglia rosa sino también de Alejandro Valverde, Purito Rodríguez y Samuel Sánchez. “Todavía no estoy preparado para afrontar el Tour. Mi idea sería debutar en esa carrera el año que viene, aunque preferiría hacerlo como segundo y no de líder máximo de un equipo”.

Landa llegó al Giro como gregario de Aru, un ciclista que al igual que Contador pasa buena parte del año en Lugano, en la Suiza de habla italiana. Contador y Aru entrenan juntos. Y los dos se han hecho buenos amigos, hasta el punto de que el segundo clasificado del Giro pasa por ser uno de los corredores con los que guarda mejor relación el ganador de la ronda italiana. Esta relación también ha perjudicado a Landa, más allá de nacionalidades y falsas relaciones por cuestiones del lugar de nacimiento. Contador es amigo de Aru, pero a Landa solo lo conoce de haber coincidido en competición; nada más. Sin embargo, esta situación ha alterado, más que enemistado, a Landa con el madrileño. “No negaré que tengo un pique, pero es sano, con Contador”, dice. H